Los Tarzanes apócrifos argentinos
Los Tarzanes apócrifos argentinos
por Carlos Abraham
El enorme éxito de la saga de Tarzán de Edgar Rice Burroughs, obligó a la argentina Editorial Tor a continuar editando novelas sobre el rey de los monos, aunque su autor nunca llegara a escribirlas.
Aqui presentamos una apasionante investigación arqueológico-literaria dedicada a la época de oro de la literatura popular.
La literatura de masas argentina es, para el investigador, un terreno enorme y virgen. Enorme, porque en el período 1900-1960 llegó a ser la primera de Latinoamérica, con tasas de edición que solían superar a las de la propia España. Virgen, porque casi nada de ese riquísimo venero ha sido analizado, o siquiera historiado.
La Editorial Tor.
Una pieza clave de este amplio y difuso rompecabezas es la Editorial Tor, creada y dirigida por el empresario catalán Juan Carlos Torrendell (Palma de Mallorca, 1895 – Buenos Aires, 1961). Tras alternar los primeros años del siglo XX entre Palma de Mallorca, Barcelona y Montevideo, se radicó en 1905 en Buenos Aires. Su hermano permaneció en Montevideo, donde fundó una empresa de importación de automóviles y electrodomésticos.
En ocasiones se lo ha confundido con su padre, Juan Torrendell i Escalas (Palma de Mallorca, 1869 - Buenos Aires, 1937), quien sin duda fue determinante en su vínculo con el mundo de las letras. Prolífico escritor, su labor más conspicua estuvo constituida por sus numerosas colaboraciones como crítico literario en el diario La Nación y en las revistas Nosotros y Atlántida. Sus primeros trabajos aparecieron en revistas como Semanario Católico y La Almudaina, ambas de Palma de Mallorca. A finales del siglo XIX viajó a Montevideo, donde publicó la novela El picaflor (1891) y la obra teatral La ley y el amor (1894). Ese mismo año regresó a su país, donde aparecerían el contario Pimpollos (Barcelona, 1895), el estudio crítico Clarín y su ensayo (1900) y las comedias Currita Albornoz (circa 1896, inspirada en la novela Pequeñeces de Luis Coloma) y La familia Roldán (Barcelona, 1898). También escribió dos dramas en catalán: Els encarrilat (estrenado en el teatro Novedades de Barcelona, 1901) y Els dos esperits (estrenado en el teatro Español de Barcelona, 1902). Publicó también numerosos artículos en La Ilustración Ibérica, dirigió las revistas Fígaro y La Última Hora, y fundó y dirigió La Nova Palma, La Veu de Mallorca y La Cataluña. En 1910 retornó a Montevideo, donde fundó El Correu de Catalunya, y en 1912 arribó a Buenos Aires, donde fue redactor de El Diario Español. Sus últimos libros fueron El año literario[1], Los concursos literarios y otros ensayos críticos[2] y Crítica menor.[3]
Luego de trabajar algunos años en la librería La Facultad (importadora de libros españoles, además de editorial, y cuyo local estaba situado en Florida 359), Juan Carlos Torrendell funda la Editorial Tor el 16 de junio de 1916. El nombre, como resulta obvio, es un apócope de su apellido. De esta época data su primer logotipo: un círculo enmarcando el nombre manuscrito de la editorial y la frase “Todo negocio referente a papel impreso”. Años después sería sustituido por el famoso emblema que aparecerá en casi todas las portadas y contratapas de sus libros: una chalupa bogando en un mar tempestuoso, tripulada por un solo hombre, coronada por la frase “Contra viento y marea”. Un recordatorio de sus modestos inicios y del culto por el trabajo.
Tor publicaba libros dirigidos a un público masivo y de escasos recursos económicos. El papel era de mínima calidad, para abaratar el precio final, y las portadas eran sumamente coloridas, para llamar la atención de un lectorado ansioso de emociones simples y fuertes.
Había dos vertientes en la editorial. Una estaba constituida por las publicaciones destinadas a la entretención del público masivo, y constaba de revistas de historietas como Pif-Paf y Fenómeno, así como de extensas colecciones de libros de literatura popular. La otra estaba constituida por los clásicos de la literatura universal, como Virgilio, Víctor Hugo o Cervantes, y hasta obras ensayísticas como las de Sweig o Freud. Esta doble vertiente de Tor no encierra una contradicción. Es simple reflejo de un intento de captación integral de un mercado -los lectores de bajos recursos-, realizado en varios frentes. Por un lado, literatura clásica y ensayos de divulgación. Esta área de las publicaciones estaba orientada a satisfacer el ansia de cultura, instrucción y elevación socio-cultural de los sectores populares. Por el otro, la literatura policial, aventurera, de vaqueros y de ciencia ficción, así como la historieta. Esta área estaba orientada a satisfacer gustos más primarios y cotidianos de esos mismos sectores.
En ocasiones, el interés del mercado por un autor específico continuaba aunque no quedaran obras de éste por publicar. Es decir, la demanda superaba la oferta. En ese caso se recurría a los ghost writers para que redactaran textos apócrifos. He localizado once series de textos apócrifos: 1- Novelas de Tarzán (“Colección Misterio”). 2- Novelas de aventuras firmadas como Walter Morrow (“Colección Misterio”). 3- Libros de historietas basados en personajes de Walt Disney (“Libros de Disney”). 4- Novelas de vaqueros (“Colección Cow-Boys” y “Nevada Kid”). 5- Novelas policiales y de espionaje firmadas como Oscar Montgomery (“Colección Amarilla”). 6- Novelas de piratas (“Biblioteca Sandokán”). 7- Novelas basadas en el personaje de Mr. Reeder (“Colección Misterio”). 8- Novelas de la saga de los Hombres Justos (“Colección Misterio”). 9- Novelas de ciencia ficción (“Colección Ultra”). 10- Novelas de misterio (“Colección Demon Brat”). 11- Novelas sentimentales (“Biblioteca Mi Novela”).
Ese sentido comercial llegaba hasta astucias tan extravagantes como la siguiente, citada por Fernando Sorrentino:
Más de una vez he oído -con las inevitables variantes de toda transmisión oral de un mito- un cuentecillo que ilustra sobre cómo procedía don Juan [Torrendell] para obtener la versión española de una novela extranjera. Según estas imaginaciones, la editorial publicaba en los diarios un aviso en que solicitaba traductores de la lengua que fuese. Cuando acudían los trujamanes en cuestión, don Juan le entregaba a cada uno -en privado- dos o tres capítulos distintos de un mismo libro, para que, a modo de examen, los vertiese al español. Al cabo de unas semanas, le comunicaba a cada uno -también en privado- que, lamentablemente, su traducción no había sido aprobada por la editorial. Cada traductor se retiraba, supongo que cabizbajo, y don Juan quedaba, sin haber pagado un centavo, en posesión de la traducción completa de un libro, realizada por un equipo de traductores cuyos miembros, paradójicamente, no se conocían entre sí.[4]
Si bien Sorrentino aborda la anécdota con ciertas dudas en cuanto a su veracidad, el hecho mismo de que ésta circulara por el ambiente literario porteño es significativo en cuanto al carácter proverbial de la astucia de Torrendell.
La editorial fue muy criticada por las élites culturales. Hubo una conocida polémica al respecto durante los años cincuenta en el ámbito universitario. El profesor José Luis Romero cuestionó públicamente a su colega Américo Ghioldi debido a que en sus ensayos citaba las ediciones de Tor, cuyas traducciones eran poco exactas y sus textos a menudo incompletos. Ghioldi replicó que los trabajadores socialistas sólo podían acceder a la lectura gracias a tales libros.
Otro episodio de este choque entre ámbitos culturales se produjo durante una de las tantas crisis financieras de nuestro país. Torrendell colocó en su librería una balanza y puso a la venta sus libros por kilogramo (1 kg. por 1 peso, 2 kgs. por 1, 50 pesos), lo que fue muy criticado por la Academia Argentina de Letras, opuesta a que la literatura se vendiera como producto de almacén.
Uno de los comentarios más duros sobre Tor proviene del también editor Arturo Peña Lillo:
Pésimas ediciones, mal traducidas, terminadas donde el pliego concluía por razones técnicas y no por designio del autor, denuncian ya los vicios de la desaprensiva y gran industrialización del libro. A esta editorial no la tiene en cuenta ningún cronista, por constituir una página negra en la historia editorial, pero su existencia, no por esa omisión, ha sido menos real.[5]
Debido a este desdén no existe bibliografía crítica (o aún trabajos de catalogación) sobre una de las editoriales argentinas más importantes del período 1920-1960, quizá la más importante si tenemos en cuenta la cantidad de títulos publicados y el nivel de sus tiradas. Sencillamente, así como ningún análisis del periodismo argentino de principios de siglo sería válido sin considerar a Caras y Caretas, no es posible comprender la literatura de masas nacional sin tener en cuenta a Tor.
Las colecciones de J.C. Rovira.
A principios de los años treinta, Tor decidió incursionar en el ámbito de las colecciones de literatura popular (o, para ser más precisos, de literatura de masas). El motivo: las grandes ventas registradas por revistas como Tit-Bits (1909), John Bull (1919), Pucky (1921), Tipperary (1928) y Aventuras (1929), que combinaban relatos policiales, fantásticos, de misterio, de aventuras y de ciencia ficción. Hasta entonces, la editorial había estado dedicada principalmente a publicar ensayos, clásicos de la literatura y “ediciones de autor” (es decir, libros autofinanciados de poetas y narradores locales). El mercado puesto en evidencia por las revistas folletinescas resultaba, por contraste, muy atractivo.
Este mercado constituido por los sectores medios y proletarios argentinos había estado en desarrollo gradual desde el período de la Generación del Ochenta, que estableció las condiciones propicias para su formación, expansión y consolidación. La primera fue el estímulo a la inmigración, que junto con el crecimiento demográfico interno generó un importante aumento numérico de la población. El censo nacional de 1895 registró casi cuatro millones de habitantes; el de 1914 registró 7 885 000. La segunda fue la sanción de la ley 1420, que impuso la obligatoriedad de la enseñanza primaria. Una consecuencia natural de esta alfabetización general fue el incremento de la lectura de libros, periódicos, folletos y revistas. La tercera fue una prosperidad económica que redujo el desempleo y aumentó el poder adquisitivo, posibilitando la compra de textos. La cuarta fue la acción de los primeros sindicatos, que lograron conquistas sociales como el descanso dominical, que proporcionaba un lapso de ocio susceptible de ser ocupado en la lectura. La quinta fue la ausencia de un proyecto demográfico nacional, que causó una migración descontrolada del campo hacia la ciudad: este incremento del porcentaje de población urbana generó una mayor proximidad de las masas con medios de difusión de textos como las librerías y los kioscos.
Tor, a fin de publicar novelas recientes y de autores consagrados, sin tener que responsabilizarse por el pago de derechos de autor, fundó un sello editorial fantasma llamado “J.C. Rovira”. Las iniciales “J.C.” son por Juan Carlos, primer y segundo nombre de Torrendell. Rovira es un apellido tomado al azar. El domicilio de esta editorial fantasma no era un edificio u oficina, sino una discreta casilla de correo (la 1451 de Capital Federal). Recurso orientado, por supuesto, a eludir posibles reclamos.
La fraguada editorial publicaba, todas las semanas, cinco colecciones populares en un formato típico de pocket-book: 17, 5 cm. de alto y 12 cm. de ancho. Cada una de ellas tenía una identidad bien definida y apuntaba a un público específico. Con portadas vistosas, una extensión máxima de 200 páginas y venta en kioscos, buscaban tanto llamar la atención del transeúnte como ser de fácil lectura a bordo del tranvía o del colectivo. Invariablemente incluían en la contratapa un catálogo con los titulos ya aparecidos, a fin de incitar al comprador a proseguir la lectura.
Una de ellas era “Revista Mi Novela”, que aparecía los lunes con narraciones sentimentales orientadas al público femenino. Difundió entre otros textos Primer amor de Turgueniev, La dama de las camelias de Dumas hijo, Amor que todo lo vence de Brete y Una chica romántica de Floran. De cien páginas de extensión, se vendía a 20 centavos.
La “Colección Misterio”, como su título lo indica, estaba consagrada a novelas policiales y de espionaje. De extensión variable entre las 130 y 160 páginas, se vendía a 30 centavos. Su autor principal, al menos en su primera etapa, fue Edgar Wallace.
Los miércoles era el turno de “Biblioteca Mi Novela”. Al igual que “Revista Mi Novela”, estaba dedicada al público femenino. La diferencia residía en la extensión: 200 páginas que aumentaban su precio a 30 centavos. Por ello, a la primera colección se la denominaba revista y a ésta libro.
Los jueves aparecía la “Biblioteca Sexton Blake”, que al contar con sólo cien páginas valía 20 centavos. Estaba compuesta en su totalidad por novelas policiales que tenían como protagonista a Sexton Blake, detective inglés creado en 1893 por Harry Blyth. A principios del siglo XX el personaje llegó a ser tan famoso como Sherlock Holmes. Alrededor de doscientos escritores, generalmente de forma anónima, compusieron más de tres mil novelas relatando sus pesquisas. Al igual que ocurría en las ediciones anglosajonas, ninguno de los volúmenes de Rovira portaba indicación de autor.
“La Tradición Argentina”, por último, era adsequible los viernes al precio de 30 centavos. Contenía obras clásicas de escritores nacionales como Fray Mocho, José Mármol, César Duayen, Vicente Fidel López y, principalmente, Eduardo Gutiérrez, cuyas novelas de matreros resultaban aún atractivas.
Debido a su longevidad (la “Colección Misterio”, por ejemplo, se extendió a lo largo de 37 años), atravesaron muchos cambios de contenido. Hubo oportunidades en que alguna de cuño sentimental se dedicó a publicar textos de la “alta literatura” y por lo tanto su nombre cambiaba, para retomar posteriormente la tesitura original. También ocurrió que alguna de cuño policial se dedicó a las novelas de aventuras. Y lo mismo con las otras.
Tampoco aparecieron de forma simultánea. La primera fue la “Biblioteca Sexton Blake”, a mediados de 1930, seguida algunos meses después por la “Colección Misterio”. En 1931 se inicia “Revista Mi Novela” y poco después “Biblioteca Mi Novela”. Por último, “La Tradición Argentina” data de 1932. Para dar una idea de correlatividad cronológica, al número 100 de la “Colección Misterio” corresponde el 65 de “Revista Mi Novela”, el 55 de “Biblioteca Mi Novela”, el 1 de “La Tradición Argentina” y el 124 de “Biblioteca Sexton Blake”.
El disfraz de Rovira perduró hasta el año 1936, cuando las diversas colecciones pasan a ostentar el sello de Tor. Las razones de este cambio no están bien determinadas. Es posible que el ardid haya sido descubierto, y por lo tanto su continuación resultara superflua. Es posible que Tor haya llegado a un acuerdo con los autores (Edgar Rice Burroughs, los herederos de Edgar Wallace, etcétera). Es posible, finalmente, que el creciente empleo de textos apócrifos en vez de textos auténticos haya hecho innecesario el ocultamiento.
El desenmascaramiento fue progresivo. En un principio, Tor figuraba sólo como distribuidor del catálogo de Rovira en el interior del país, a excepción de Rosario (a cargo de Taleti & Cía).[6] Esta exposición era inevitable, debido a que hubiera resultado muy difícil ocultar su participación en un procedimiento tan físico como la distribución de libros. A principios de 1934, aparece en algunos volúmenes el anuncio de que la por entonces llamada Ediciones Argentinas Tor se haría cargo de la distribución de los títulos de Rovira también en Capital Federal.[7] La causa era que Tor había abierto su primera librería, situada en Florida 281. Por último, durante la segunda mitad de 1936 los libros pasan a estar firmados por la Editorial Tor, sin ninguna huella de Rovira.
El éxito de las colecciones de Rovira generó varias imitaciones. La principal se debió a la editorial Rubio & Cía. Su “Colección Intriga” estaba especializada en literatura de misterio y aventuras, y difundió entre 1932 y 1933 novelas de Edgar Wallace (La mano poderosa, Los buitres humanos), de Sidney Horler (La casa de los secretos), de Samuel Spewack (Asesinada) y de Ponson du Terrail (La herencia misteriosa, El conde de Artoff), estas últimas pertenecientes al ciclo de Rocambole. Rubio & Cía también publicaba la “Biblioteca Sentimental”, orientada al público femenino, con obras de Eleanor Glyn (Amor y sacrificio), de Concordia Merrel (El amor y Diana) y, curiosamente, de Henry Rider Haggard (El precioso testamento). He registrado 45 títulos en la primera colección y 44 en la segunda. Los últimos aparecen bajo el logo González Maseda Editor.
Otra imitación fue hecha por Sarmiento Casa Editora. Su “Colección Sensacional”, sin fecha de publicación pero datable hacia 1932-1935, estaba dedicada a novelas fantásticas y de misterio. Incluyó El fantasma de la ópera de Gastón Leroux, La isla de los treinta sepulcros de Maurice Leblanc y Crímenes por hipnotismo, de autor anónimo. Otra de sus colecciones fue “Biblioteca Sarmiento”, con obras como Las meditaciones de un loco de Mario Mariani, El hombre y la bestia de Robert Louis Stevenson y La Atlántida de Pierre Benoit.
Por último, cabe mencionar al editor Alfredo Angulo, quien entre 1934 y 1936 publicó varias colecciones populares. La “Biblioteca Emilio Salgari”, compuesta en su totalidad por novelas del autor italiano, se extendió a lo largo de 62 tomos, con vistosas tapas a cargo de Ángel Bonelli. La “Biblioteca Sentimental”, de la que he hallado sólo los dos primeros ejemplares, constaba de novelas de M. Delly. “Colecciones Gauchas” incluía textos como El viejo Pancho de Paja Brava, La Pochamana de Pedro Heredia y varias antologías de payadas. Pero su principal autor era Bartolomé Rodolfo Aprile, especializado en versificar novelas de Gutiérrez y Güiraldes; he localizado 28 títulos, entre ellos Juan Cuello, Santos Vega, Juan Moreira, El último payador, El ahijado de don Segundo Sombra, etcétera. La editorial también publicaba textos eróticos (Rameras de Álvaro Retana, Pecadoras de Mario Mariani), fantásticos (El nuevo Adán de Noelle Roger, El mono de Mauricio Renard) y hasta clásicos (Ana Karenina de Tolstoi, Facundo de Sarmiento).
La “Colección Misterio”.
La “Colección Misterio”, como sugiere su nombre, publicaba novelas policiales, de suspenso y de espionaje. Es decir, estaba dirigida a un público masculino. Era más extensa que la colección de los lunes, oscilando entre las 130 y las 160 páginas. Su costo también era superior: 30 centavos en Capital Federal y 40 en el interior. Eran raras las secciones misceláneas, lo que la diferencia tanto de “Revista Mi Novela” como de “Biblioteca Sexton Blake”. Apareció un total de 896 números entre 1930 y 1956, lo que la convierte en la colección más prolífica y duradera de Rovira.
Al estar dirigida a un público juvenil o al menos no demasiado culto, al ser barata, al poseer llamativas tapas coloridas y al estar dedicada a géneros populares, suscitó rechazo por parte de las élites culturales del período. Rechazo que en ocasiones estaba reñido con una fuerte atracción, reprimida a duras penas. Es el caso de Horacio Quiroga (precisamente, un autor de relatos selváticos y de aventuras), para quien la lectura de la “Colección Misterio” constituía una suerte de placer culpable. Citamos el testimonio de Ezequiel Martínez Estrada:
En sus días postreros de hospital, Quiroga devoraba libros de aventuras, Tarzán, historias salvajes y policiales. “Me interesan todos los estudios biológicos. Siendo ciencia, cualquier cosa. Tampoco leo mucha literatura, si no es relatos de interés punzante, tipo Wallace. Leo a éste cuanto pesco de él”. (...) “Vea eso”, me dijo un día, sonriendo y señalándome sobre una silla una pila de novelas de la industria de la piratería editorial: “trago ese alcohol desnaturalizado como un néctar”. Pero entonces estaba refugiándose en los últimos reductos de su existencia atribulada, y necesitaba enervarse, morir. Literatura analgésica que además le complacía por no sé qué placer de saborear frutos agrestes y acaso por el gozo de la herejía.[8]
Es llamativa en Quiroga esta postura de despreciar una fuente de placer que dio solaz a sus últimos años, y que no era demasiado distante de su propia literatura. En el caso de Martínez Estrada, sin embargo, es comprensible debido a su postura adorniana, para la cual la literatura de aventuras era escapista y carente de compromiso social.
Un fenómeno frecuente en la “Colección Misterio” y, como veremos, en otras colecciones de Rovira y de Tor, son las novelas apócrifas. Se trata de libros policiales, de aventuras, fantásticos y de ciencia ficción escritos por autores argentinos y firmados con pseudónimos anglosajones. Esa práctica se debía a diversas razones. Una era el aprovechamiento comercial de algún personaje exitoso (como el Tarzán de Burroughs o el Mr. Reeder de Wallace): en este caso, la labor del escriba vernáculo consistía en redactar nuevas aventuras de dicho personaje, basándose en las pautas desarrolladas por el autor original, y tratando de pasar desapercibido. Otra, era el hecho de que los editores consideraban que firmar con un nombre anglosajón “vendía más”.[9] La tercera, el hecho de que los autores argentinos posiblemente no desearan que su verdadero nombre quedara relacionado con esos textos a menudo desprolijos y apresurados, escritos con el único propósito de ganar el pan del día.
Una colección tan extensa y longeva debía, necesariamente, no ser homogénea en su contenido. Pueden reconocerse en ella ocho etapas: 1- Misterio (autores predominantes: Edgar Wallace, S.S. Van Dine, J.S. Fletcher). 2- Aventuras (Edgar Rice Burroughs, Sax Rohmer, Walter Morrow, Julio Verne, Gastón Leroux, Maurice Leblanc, Marcel Allain y Pierre Souvestre). 3- Segunda etapa de misterio (John Traben, William Crane, S.S. Van Dine, Leslie Charteris, E. Phillips Oppenheim). 4- Misterio misceláneo (un gran número de autores menores, generalmente con sólo una novela cada uno). 5- Segunda etapa de aventuras (Robert Hogan, Grant Stockbridge). 6- Mister Reeder (John Traben). 7- Reedición de la segunda etapa de aventuras. 8- Reedición de Mister Reeder.
Los tarzanes de Burroughs y los tarzanes apócrifos.
Me concentraré únicamente en la segunda etapa de la “Colección Misterio”, debido a que es la que contiene los tarzanes apócrifos. Abarca desde el número 85 al 254. Consta principalmente de novelas de aventuras, tanto de ambientación exótica (Edgar Rice Burroughs, Julio Verne) como urbana (Sax Rohmer, Marcel Allain, Pierre Souvestre, Bernhard Kellerman). También aparecen, en menor cantidad, autores acordes al tono de la primera época: Maurice Leblanc, Arthur Conan Doyle y Edgar Wallace.
El 3 de mayo de 1932, Rovira sacó a la luz la novela Tarzán de los monos (Tarzan of the apes, 1912) de Edgar Rice Burroughs, sin indicación de traductor, en el número 85 de la colección. Fue uno de sus mayores éxitos de venta. Le siguieron inmediatamente las continuaciones escritas por el prolífico norteamericano: El regreso de Tarzán (nº 86), Las fieras de Tarzán (nº 87), El hijo de Tarzán (nº 88), El tesoro de Tarzán (nº 89), Tarzán en la selva (nº 90), Tarzán el indómito (nº 91), Tarzán el terrible (nº 92, traducido por Natal A. Rufino), Tarzán y el león dorado (nº 93), Tarzán y los hormigas[10] (nº 94) y Tarzán, señor de la jungla (nº 95). El último fue el número 96, constituido por Tarzán y el imperio perdido, traducido por José M. González.
Debe aclararse que la primera aparición de las historias de Tarzán en el mercado editorial argentino no se debe a Rovira, sino a la revista Pucky. Ésta se especializaba en material orientado al público juvenil, como historietas y relatos de aventuras y ciencia ficción (entre ellos “El navío sideral”, sin indicación de autor, entre julio y agosto de 1930). En su ejemplar del 25 de mayo de 1928 comienza a publicar Tarzán de los monos en forma seriada. Indudablemente se trató de una iniciativa exitosa, pues el mismo año aparecen en sus páginas El regreso de Tarzán y Las fieras de Tarzán.[11]
También precedió a Rovira la revista Aventuras, de Editorial Femenil (la cual, como indica su nombre, estaba dedicada esencialmente a publicaciones para la mujer; Aventuras fue una suerte de excentricidad en su línea de productos). En el número 35, correspondiente al 5 de noviembre de 1929, aparece la primera entrega de Tarzán, el explorador (Tarzan at the earth’s core). Esta edición argentina es casi simultánea con la norteamericana de Blue Book Magazine, donde la primera entrega de la novela data de septiembre de 1929. Incluso conserva las ilustraciones originales de Frank Hoban, aunque no a todo color sino en dos colores.
En la última página de El tesoro de Tarzán se anuncia que todos los números de la selvática serie debieron ser reimpresos, a causa de estar agotados. En la consideración de este éxito debe tenerse en cuenta el estreno en Buenos Aires del film Tarzan the ape man (1932), protagonizado por John Weissmuller y dirigido por W.S. Van Dyke. Sin embargo, había un inconveniente: ya no quedaban más novelas de Tarzán escritas por Burroughs. Para continuar con el filón descubierto, Rovira publica entre el número 97 (julio de 1932) y el 100 (agosto de 1932) otros pintorescos trabajos de Burroughs, las cuatro primeras novelas del ciclo marciano: Una princesa de Marte (A princess of Mars, 1917), Los dioses de Marte (The gods of Mars, 1918), El señor de la guerra de Marte (The warlord of Mars, 1919) y Thuvia, la novia de Marte (Thuvia, maid of Mars, 1920).
Estos textos no tuvieron el suceso del ciclo del hombre mono.[12] Lo cual generó un ardid editorial. Tras publicar Tarzán triunfante de Edgar Rice Burroughs en el número 119, en cuya cubierta podía leerse “Últimas aventuras del famoso Tarzán de los monos”, en el 120 Rovira lanzó Tarzán en el valle de la muerte, primer Tarzán apócrifo, que figuraba como “traducido” por Alfonso Quintana Solé, pero en realidad estaba escrito por él.
A éste seguirían Tarzán el vengador (nº 121), Tarzán en el bosque siniestro (nº 122), Las huestes de Tarzán (nº 123), Tarzán y la diosa del mar (nº 124), Tarzán y los piratas (nº 125), Tarzán el magnánimo (nº 126) y La muerte de Tarzán (nº 127). En las portadas, como hemos dicho, figuraba el rótulo “Últimas aventuras...”, pero más adelante los textos mencionados aparecerán, en un alarde clasificatorio de la editorial, bajo el rótulo “Segunda serie extraordinaria de aventuras del rey de los monos”.[13]
Es posible que Quintana Solé, como Conan Doyle con Sherlock Holmes, terminara por odiar a su personaje más famoso. Pero al igual que Conan Doyle, debió revivirlo por razones comerciales. La novela fue La resurrección de Tarzán (nº 128), a la que seguirían Tarzán el justiciero (nº 129), Tarzán y la esfinge (nº 130), La lealtad de Tarzán (nº 131), El secreto de Tarzán (nº 132), Tarzán y el Buda de plata (nº 133) y Las huellas de Tarzán (nº 134), que finalizó la “Segunda serie extraordinaria de aventuras del rey de los monos”.
Puede llamar la atención el hecho de que Rovira no publicara Tarzan at the earth’s core, una de las novelas más populares del autor norteamericano. La razón fue, simplemente, que Editorial Femenil había comprado los derechos para la publicación en español de dicha obra. Rovira quizá podía especular que los lejanos apoderados de Burroughs jamás descubrirían su continuación de la franquicia, pero sin duda no quería arriesgarse a tener problemas con una empresa coterránea.
La tercera serie comenzó en el 139: Tarzán y el profeta negro. Lo siguieron La odisea de Tarzán (nº 140), Tarzán y el elefante blanco (nº 141), La justicia de Tarzán (nº 142), Tarzán y el lago de fuego (nº 143), El nieto de Tarzán (nº 144), Tarzán el implacable (nº 145), El rescate de Tarzán (nº 146), Tarzán y la luna roja (nº 147), El secuestro de Tarzán (nº 148), La venganza de Tarzán (nº 149) y Tarzán en el reino de las tinieblas (nº 150). Mientras la segunda serie estaba firmada aún por Edgar Rice Burroughs, apareciendo debajo como traductor Quintana Solé, la tercera serie omite toda mención del autor norteamericano, apareciendo en cambio la frase “Versión de Alfonso Quintana”.
Alfonso Quintana Solé fue una presencia usual en nuestra literatura de masas durante los años 1930-1970. Lamentablemente, no he podido determinar sus fechas de nacimiento y de muerte. De origen español, sólo dos veces probó suerte como autor bajo su propio nombre, con Escuela de patriotismo[14] y Carlos de Foucauld. Sembrador de luz eterna.[15] También guionó historietas para la colección “A la conquista del mundo”, publicada entre 1966 y 1968 por Editorial Esquiú.[16] La colección, de la que aparecieron 25 números, difundía doctrinas religiosas y morales bajo el disfraz de tramas de aventuras o de ciencia ficción.[17] Entre las contribuciones de Quintana Solé figuran los guiones de Delito imperdonable[18], que narra de modo pro-estadounidense la odisea de unos niños cubanos para impedir la profanación de unos objetos dedicados al ceremonial de la misa, y de Perdidos en el espacio[19], donde unos monjes del año 2500 luchan contra “un orgulloso sabio que cometió el error de olvidar que la ciencia no puede ser nunca superior a la voluntad de Dios”.
Otra labor importante fue haber dirigido a principios de los años cincuenta la revista Ping-Pong, de Editorial Difusión. Como Rataplán (Editorial Manuel Láinez, 1930) y la primera etapa de Billiken, combinaba en proporciones casi iguales historietas e información escolar como geografía, historia argentina y nociones de civismo. Dos de los dibujantes que colaboraron en ella fueron los célebres José María Taggino y Leandro Sesarego.
La calidad de las novelas apócrifas de Quintana Solé era con frecuencia superior a las del propio Burroughs: tenían tramas mejor armadas, estilo más cuidadoso y pulido, y personajes con un fondo psicológico más elaborado y plausible. Lo que no deja de sorprender teniendo en cuenta el escaso tiempo disponible para la redacción. Siempre estaba presente el sense of wonder, y en algunos volúmenes incluso puede advertirse un sentido de lo extraño y de lo maravilloso que en cierto modo prefigura al realismo mágico, como ocurre en la historia de la tribu africana cuyo caudillo prohibió la risa (La ley de Tarzán). En otros casos sus tramas entran en el terreno de la más pura ciencia ficción, como en Tarzán en el bosque siniestro, donde se describe un ejército de árboles devoradores de hombres, en Tarzán el vengador, con su mundo subterráneo poblado por una raza de hormigas gigantes, y en Las huestes de Tarzán, donde un científico loco crea un ejército de hombres artificiales con los que pretende conquistar el planeta. Ese ejército está formado por dos subespecies: los soldados, con gran fuerza física pero con un cerebro diminuto, y los oficiales, con un cuerpo enclenque pero con un gran cerebro, mediante el cual dirigen telepáticamente a los primeros.
Los ilustradores.
Las tapas se realizaban invariablemente a dos colores: verde y rojo, azul y verde, o azul y rojo; sólo a partir de 1934 serían a todo color. Estaban firmadas, en los volúmenes pertenecientes a Burroughs, por un tradicional artista de la casa: Luis Macaya (1888-1953). Macaya fue autor de numerosas portadas para Tor: la mayor cantidad de las mismas puede hallarse en la colección “Clásicos Universales”. Nacido en España, fue uno de los pioneros a nivel mundial de la industria del cine, ya que en 1906 cofundó en Barcelona la productora Hispano Films, junto a Alberto Marro y Segundo de Chomón. En ella dirigió, entre otros films, Don Pedro el cruel (1911, junto a Alberto Marro) y Diego Corrientes (1914, junto a Alberto Marro), tras lo cual se especializó en la realización de seriales, como Barcelona y sus misterios (1916). Arribó a la Argentina en 1917. Trabajó en Caras y Caretas, como casi todos los artistas e intelectuales del período, haciendo entre 1918 y 1920 la tira cómica “El L.C. Timoteo y el pesquisa Doroteo”, que relataba el constante enfrentamiento entre un ladrón y un policía. En 1944 realizó, junto al escultor Jorge Casals, una exposición mixta (ilustraciones / tallas en madera) sobre escenas del Martín Fierro, que a la fecha es exhibida de forma permanente en el Museo Histórico de Luján. Con posterioridad publicó el volumen de acuarelas Hospitales porteños.[20] Su trazo, expresionista y pródigo en claroscuros, fue elogiado en diversas ocasiones por el historietista Alberto Breccia, a quien influyó notoriamente.
El último trabajo de Macaya para la “Colección Misterio” fue una obra maestra: la espléndida portada de Thuvia, la novia de Marte, que muestra una poco vestida muchacha terrestre a merced de un lascivo marciano multípodo, en la mejor tradición pulp. Su sucesor fue Mendía, quien ilustró todos los textos de la primera y la segunda series. A partir de la tercera serie las portadas no están firmadas, excepto en algunos casos donde aparece la firma de un ignoto Morales Gorleri, que a veces firmaba también como Rilegor.
En ciertas ocasiones es fácil apreciar que el ilustrador no había leído la novela que le tocaba ilustrar, guiándose sólo por el título. El ejemplo más sensacional es Tarzán y el hurón, donde la portada muestra al hombre mono enfrentándose a un gigantesco y peludo hurón, siendo que en el libro se trata simplemente del apodo afectuoso que las tribus africanas dan a un apacible minero blanco, empeñado en buscar oro en el corazón de África.
La segunda etapa de los tarzanes apócrifos.
En agosto de 1933, aparecen Tarzán y el velo de Tanit (nº 151) y La ley de Tarzán (nº 152), últimas “traducciones” de Quintana Solé, y primeros volúmenes de la “Cuarta serie de aventuras extraordinarias del rey de los monos”. A partir de entonces, el exhausto Quintana Solé es reemplazado por otro autor apócrifo, el argentino Rodolfo Bellani (1904-1984), que firmaba con el pseudónimo J.A. Brau Santillana.
Bellani fue uno de los principales autores argentinos de literatura de masas. También, uno de los más desconocidos. Eso puede ser atribuido a diversas razones: a- Se consagró a géneros poco prestigiosos (novelas de vaqueros, de aventuras y de piratas). b- El uso continuo de pseudónimos disminuyó su visibilidad autorial. c- Fue un hombre poco gregario, que no mantenía un contacto demasiado intenso con otros escritores.
Nacido en Buenos Aires el 9 de enero de 1904, murió el 4 de julio de 1984 en Bolivia. Tuvo una vida agitada: se casó tres veces y tuvo tres hijas (una con cada matrimonio), viajó por toda Latinoamérica, se radicó tanto en sitios agrestes y solitarios como en populosas metrópolis, y mantuvo numerosos amoríos. Quizá su mayor aventura fue haber logrado vivir exclusivamente de su pluma.
Buena parte de la inspiración para sus novelas apócrifas sobre el personaje de Tarzán proviene de sus profusas lecturas juveniles de clásicos del género de aventuras como Julio Verne y Emilio Salgari, por quienes sentía gran afinidad. En los años cincuenta escribió para Tor una extensa serie de novelas de vaqueros, así como una de piratas. Bellani fue una presencia frecuente en las oficinas de Tor: al principio en persona, y luego por vía postal, dado que se radicó en Santa Cruz de la Sierra, desde donde enviaba los textos. Pese al largo vínculo, la relación entre el editor y el autor no siempre fue buena. Según el testimonio de su hija Leonor:
Mi papá y Torrendell se peleaban muchísimo, porque Torrendell era muy mezquino para pagar. Siempre lo envolvía para pagarle menos, y mi madre lloraba de fastidio, ya que cuando ella iba a negociar los contratos siempre obtenía mucho más dinero. Papá decía que aunque su nombre era Torrendell, la editorial se llamaba Tor para ahorrar la tinta del resto de las letras.[21]
Utilizó infinidad de pseudónimos. Menciono sólo algunos: Ramiro Dexter[22], Ralph Bell, Rudy Limbale, Leo Ross (por su segunda esposa, apellidada Ross), Nil Reblan, London Riolleba, etcétera. Esto no se debió a que sintiera pudor de ganarse la vida con géneros populares, dado que él mismo consumía ese tipo de literatura, sino a que sus editores consideraban que firmar con un nombre anglosajón “vendía más”, especialmente en lo que respecta a la novela de vaqueros. Otra causa no desdeñable es que Bellani firmó contratos de exclusividad con algunas editoriales (por ejemplo, Tor), y por lo tanto usaba un pseudónimo para una editorial, y otro pseudónimo para otra.
Sus textos para Tor y para otras editoriales alcanzan a más de cuatrocientos volúmenes. Esa gigantesca producción se debió a su profesionalismo a la hora de escribir. No esperaba que lo asaltara la inspiración, sino que aporreaba el teclado de su Remington de ocho a doce y de catorce a dieciocho horas, como si estuviera en una oficina. Tampoco vivió la bohemia cultural tan frecuente en los literatos: era muy disciplinado con sus horarios de labor, por lo que apenas se reunía con otros escritores. Su ausencia en los cenáculos y en las mesas de café hizo, sin duda, que muchos más barcos de papel fueran abordados y que muchos más cuatreros de tinta fueran apresados.
Un sector importante de la obra de nuestro autor está constituido por los ensayos y tratados escritos por encargo. El primero se originó en un requerimiento del general Higinio Morínigo, presidente de Paraguay entre 1940 y 1948. Morínigo, preocupado por la ausencia de archivos y de documentación sobre la historia de los sellos postales de su país, contrató a Bellani porque éste reunía tres condiciones imprescindibles para el trabajo: era filatelista, investigador (periodista) y escritor. Vivió en Paraguay entre 1943 y 1946, escribiendo un libro sobre el tema. Hace también crónicas breves sobre el Paraguay, que fueron publicadas en diarios argentinos; al ser una propaganda positiva para el país guaraní (por ejemplo, en cuanto al turismo), le valieron una condecoración oficial. Otro extenso ensayo fue “Faustino G. Piaggio, creador de la industria petrolera peruana”[23], que cimentó su prestigio como cultivador del género. Por esos años fue llamado a Nicaragua para redactar como ghost writer la autobiografía del presidente Somoza, pero terminó negándose al advertir que era una dictadura muy dura y sangrienta. He hallado otros dos trabajos no narrativos: Semblanzas de América[24], compuesto por descripciones geográficas y semblanzas históricas de varios países latinoamericanos, y La tumba del Che.[25] En esta sucinta enumeración puede advertirse una amplitud temática típica del escritor por encargo.
Publicó tres libros en la colección “Robin Hood” de Editorial Acme, dedicada a novelas de aventuras para un público juvenil. Rayo dorado (1957) es la historia de un niño criador de palomas mensajeras. Era su texto preferido de entre toda su obra, ya que era altamente educativo (incluía todos los datos necesarios para llevar adelante un palomar, y contenía numerosas enseñanzas morales). El capitán rebelde (1958) y El hijo del corsario (1959) son entretenidas novelas de piratas. Las tres obras fueron firmadas con su propio nombre. Dentro de la misma editorial, participó en la colección “Suplemento de Rastros”, dedicada a novelas de vaqueros, con Un argentino en Texas.[26] En la colección “Clipper” publicó la novela Treinta mil rifles, que trata sobre el contrabando de armas en el Alto Perú hacia 1810, y motivó una larga investigación histórica. Su vínculo con Acme finaliza en la colección “Centauros del Oeste”, un efímero desgajamiento de la colección “Centauro” (apenas ocho volúmenes), en la que publicó varias novelas breves.
Hacia 1976, Bellani trabajó en Editorial Paidós como supervisor de redacción y evaluador de libros a publicar (es decir, leía los originales y determinaba su importancia). En su última época, ya a una edad muy avanzada, se dedicó a escribir novelas pornográficas, que no llegó a publicar.
Los siguientes títulos de Tarzán en la “Colección Misterio”, escritos en su totalidad por Bellani, son: Tarzán y el búfalo de barro (nº 153), La misión de Tarzán (nº 154), Tarzán y el buitre maldito (nº 155), La salvación de Tarzán (nº 156), Tarzán y el diablo de la selva (nº 157), La gratitud de Tarzán (nº 158), Tarzán y la diabólica Ofelia (nº 159), El rey de la selva y el judío errante (nº 160), Tarzán y el “Angus Circus” (nº 161) y La sombra de Lord Greystoke (nº 162).
La quinta serie está compuesta por Tarzán y el hurón (nº 163), La clave de Tarzán (nº 164), Tarzán y el monstruo (nº 165), La furia de Tarzán[27] (nº 166), Tarzán, dueño del sol (nº 167), La maldición de Tarzán (nº 168), El refugio de Tarzán (nº 169) y El castigo de Tarzán (nº 170), última novela del hombre mono aparecida en la colección “Misterio”. El casi industrial apresuramiento con que estos libros eran puestos en la calle motivaba ciertos errores. Por ejemplo, Tarzán y el hurón ostenta en su portada la leyenda “Quinta serie de aventuras extraordinarias”, mientras que en su primera página se lee “Cuarta serie”.
Los textos finales.
La editorial Tor hizo todo lo posible para explotar los beneficios económicos proporcionados por lord Greystoke. Como dije, El castigo de Tarzán es definitivamente la última novela apócrifa de Tarzán en la “Colección Misterio”. Pero aún existe una novela, Tarzán en Etiopía, con una fuerte crítica a la intervención italiana en dicho país, que apareció en 1936 en la “Biblioteca Sexton Blake”. Rovira trató de hacer rendir al máximo este texto postrero: lo publicó por entregas, comenzando en el número 329 (23 de julio de 1936) y concluyendo en el número 334 (27 de agosto de 1936). Las tapas de cada volumen estaban enteramente dedicadas a Tarzán (sin indicación de ilustrador ni de “traductor”), pero en el interior el texto sólo contaba entre 15 y 24 páginas, según los casos. El resto, hasta completar las 128 páginas estándares, estaba ocupado por historias del detective Sexton Blake.[28]
En la “Colección Misterio” aparecieron otras dos novelas que, si bien no continuaban el personaje de Tarzán, fueron promocionadas como relacionadas con él.
La primera fue Balaoo (nºs 217-8) del francés Gastón Leroux. Se trata de la extravagante historia de un mono que, mediante una larga serie de operaciones, logra convertirse en un hombre. Siempre atenta a las franquicias redituables, la editorial lo publicitó como una variante de Tarzán.[29]
La segunda fue obra de un autor nacional, Pedro Randall, de quien no he logrado recabar datos biográficos. Utilizando el pseudónimo Walter Morrow (de quien figuraba como “traductor”), escribió catorce novelas de horror y aventuras, publicitadas por la editorial como “la serie de novelas completas más sensacional que se ha publicado hasta la fecha”. Ellas son: El halcón de la muerte (nº 173), El rey del volante (nº 174), La casa embrujada (nº 175), La isla endemoniada (nº 176), Los piratas del aire (nº 177), La pista del rubí negro (nº 178), Azar el poderoso (nº 179), El speedman de hierro (nº 180), La muerte enmascarada (nº 183), El número cero (nº 184), La isla del monstruo (nº 185), El terror del Tibet (nº 186), El secreto del pantano (nº 187) y El tirano sangriento (nº 188).
Pese a que no continuaban programáticamente un personaje ajeno, como ocurría en el caso de los tarzanes apócrifos, las novelas de Morrow solían depredar conceptos que se habían probado exitosos. Es el caso de Azar el poderoso, una narración de aventuras selváticas con un hombre mono como protagonista, en una clara continuación del héroe de Burroughs. De hecho, la tapa del libro está atravesada por la frase “El sucesor de Tarzán”.
En los años cuarenta Tor lanzó la colección “Historia de Tarzán de los monos”. Eran volúmenes de idénticas dimensiones que los de “Colección Misterio”: 12 cm. de ancho y 17, 5 cm. de alto. Sin embargo, el arte de tapa era muy similar al de la colección “Las Obras Famosas”, editada simultáneamente. Eso se debe a que las portadas originales de Macaya y Mendía fueron reemplazadas por otras más coloridas de Palau (responsable de la mayor parte de las tapas de “Las obras famosas”). Podemos, por lo tanto, considerarla una serie de transición. Hemos registrado los siguientes títulos: Tarzán de los monos (1945), El regreso de Tarzán (1945), Las fieras de Tarzán (1945), El hijo de Tarzán (1945), El tesoro de Tarzán (1945), Tarzán en la selva (1945), Tarzán el indómito (1945), Tarzán el terrible (1945), Tarzán y el león dorado (1946), Tarzán y los hormigas (1946), Tarzán, señor de la jungla (1946), Tarzán y el imperio perdido (1946), Tarzán triunfante (1947), Tarzán y los hombres leopardo (1948), Tarzán invencible (1948) y el hasta entonces elusivo Tarzán en el centro de la Tierra (1948).
Como podemos apreciar, la serie es idéntica a la original hasta llegar a Tarzán triunfante. A partir de allí se prosigue con las auténticas novelas de Burroughs, sin recurrir a los apócrifos. Disponemos sólo de los dieciséis primeros títulos de esta colección; ignoramos si continuó hasta cubrir la obra completa del autor norteamericano en relación a este personaje. De ser así, los volúmenes siguientes hubieran sido traducciones de Tarzan and the city of gold (1932), Tarzan and the lion-man (1934), Tarzan’s quest (1935), Tarzan and the magic men (1936), Tarzan and the elephant men (1938), Tarzan and the forbidden city (1938), Tarzan and the madman (1940) y, quizá, la póstuma Tarzan and the foreign legion (1947).[30]< /o:p>
También en los años cuarenta, aunque sin indicación precisa de fecha, es publicada Tarzán de los monos en el volumen 21 de la colección “Las Obras Famosas”, compuesta tanto por obras clásicas (como El paraíso perdido o Don Quijote) como por otras orientadas a un público juvenil (incluía textos de Dumas, Kipling, Swift, Zévaco, Collodi y Rafael Sabatini).
La última incursión de Tor con el personaje de Burroughs se produjo con la “Colección Tarzán Gigante”, de la que aparecieron ocho números a lo largo de 1959: Tarzán el magnánimo (nº 1), Tarzán el vengador (nº 2), Las huestes de Tarzán (nº 3), Tarzán en el valle de la muerte (nº 4), Tarzán y los piratas (nº 5), Tarzán y la diosa del mar (nº 6), La muerte de Tarzán (nº 7) y La resurrección de Tarzán (nº 8). Como puede apreciarse, estaba compuesta en su totalidad por textos apócrifos, con un orden de aparición ligeramente distinto al de la edición original de 1932-1933. El calificativo “gigante” estaba motivado en el mayor tamaño físico de los volúmenes, con 22 cm. de alto y 15 cm. de ancho. Las tapas no tenían indicación de dibujante. De modo previsible, omitían el nombre de Burroughs, y sólo figuraba en la primera página la escueta leyenda “versión de J.A. Brau Santillana”, ya bien conocida de épocas anteriores. Sin embargo, en la edición de “Colección Misterio” algunos de estos textos aparecían firmados por Quintana Solé, lo que evidencia un descuido clasificatorio por parte de la editorial.
Aún es posible mencionar otros dos avatares tarzanescos en Argentina, si bien ajenos tanto a Rovira como a Tor. El primero está constituido por una novela de José P. Garramone titulada Aventuras de Piel Blanca[31] que narra las peripecias de un hombre que ha sido criado por los monos en una selva. Abundan las luchas con fieras, las cabalgatas sobre elefantes, y para que el parentesco con la creación de Burroughs quede sin lugar a dudas, Piel Blanca resulta coronado como Rey de los Monos. El segundo es una novela de Carlos Vall titulada Invasión marciana[32] donde aparece un híbrido de hombre y gorila llamado Karka el poderoso, que habita en Africa y experimenta numerosas aventuras. Citamos un fragmento para mostrar el parentesco, tan patente que hasta hay acotaciones donde se intenta explícitamente desligarlo de la creación de Burroughs:
Tropezamos involuntariamente con Karka, el poderoso señor de los grandes monos. (...) Fornido y admirablemente proporcionado en su salvaje belleza, pero sin ninguno de los vulgares artificios propios de los tarzanes cinematográficos, Karka ofrecía un aspecto sencillamente asombroso. Con su despejada frente y la inteligente mirada de sus negrísimas pupilas, denunciaba un ser pasible de educación.[33]
REFERENCIAS
[1] Buenos Aires, Tor, 1918. Incluye artículos sobre Lugones, Storni, Gerchunoff, Lynch, Rodó, Nervo y Ghiraldo.
[2] Buenos Aires, Tor, 1926.
[3] Buenos Aires, Tor, 2 vol., 1933-34. Remito, para más datos, a: Pérez Petit, Víctor; “Juan Torrendell”, en: Nosotros, Buenos Aires, 1926.
[4] Sorrentino, Fernando; “El equipo de traductores de don Juan”, en: El Trujamán, 14 de enero de 2004. Revista electrónica del Centro Virtual Cervantes.
[5] Los encantadores de serpientes (mundo y submundo del libro). Buenos Aires, Arturo Peña Lillo Editor, 1965, pág. 25.
[6] Por ejemplo, en la portada de El túnel de Bernhard Kellermann (“Colección Misterio”, nº 135, 18 de abril de 1933).
[7] Por ejemplo, en la segunda página de Un chantajista elegante (“Biblioteca Sexton Blake”, nº 198, 30 de enero de 1934).
[8] El hermano Quiroga. Montevideo, ARCA, 1966.
[9] El mismo concepto aparecería en ciertas editoriales argentinas que durante los años cincuenta y sesenta se especializaron en el género policial, como Acme y Malinca. En ellas, Alfredo Grassi debió firmar como Fred Seymour, y Eduardo Goligorsky como James Allastair.
[10] La tapa, quizá para mayor inteligibilidad, llevaba como título Tarzán entre pigmeos - Los hormigas. En la primera página figuraba el título que he colocado previamente, mas fiel al original anglosajón (Tarzan and the ant men).
[11] Pucky fue una revista pionera en la introducción de la ciencia ficción norteamericana en nuestro país. Además de El navío sideral, he localizado otros cinco textos, aunque probablemente sólo sean una fracción del total: 1- La novela corta El embajador de Marte, de Harl Vincent, cuya publicación comenzó en el número 269 (23 de noviembre de 1928) y concluyó en el 271. Describe un Marte moribundo, muy a la manera del señalado por Wells en War of the worlds; ante su pedido de ayuda los humanos actúan con tanta desidia que los marcianos se extinguen. Harl Vincent, seudónimo de Harold Vincent Schoepflin (Buffalo, 1893-1968) fue autor también de las novelas Rex (1934) y The doomsday planet (1966). The ambassadors of Mars fue publicada originalmente en Amazing Stories, nº 30, septiembre de 1928. 2- El relato “Los monstruos del pozo” de W. Branda, aparecido también en el número 269, sobre un científico que incrementa el tamaño de los gérmenes. 3- El relato “La burbuja invisible” de Kirk Meadowcroft, aparecido en el número 270 (30 de noviembre de 1928). Originalmente “The invisible bubble”, apareció en Amazing Stories, nº 30, septiembre de 1928. 4- El relato “La glándula de Ananías” de W. Alexander (nº 273, 21 de diciembre de 1928). Originalmente “The Ananias gland”, apareció en Amazing Stories nº 32, noviembre de 1928. 5- El relato “El asesinato del androide” de F. Boutet, aparecido también en el número 273, donde un científico asesina a su androide para que el escándalo del crimen dé a conocer su obra; se descubre su engaño (es decir, que se trata de un hombre artificial) durante la autopsia. La escueta firma “F. Boutet” esconde al escritor francés Frederic Boutet (1874-1941), autor de más de cuarenta volúmenes de cuentos y ensayos, muchos de los primeros pertenecientes al género fantástico. Uno de sus principales contarios es Histoires vraisemblables (1908), que le valió el mote de “el nuevo Edgar Poe”.
[12] Muchos años después, la editorial seguiría ofreciéndolos como disponibles en su catálogo. Por ejemplo, en la contratapa de El vendedor del infierno (“Colección Misterio”, nº 730), correspondiente al 18 de octubre de 1947.
[13] La “Primera serie”, por lo tanto, cubre los números 85-96 de la colección “Misterio”. Era frecuente que estas largas colecciones se subdividieran en series, para su mejor clasificación. Por ejemplo, “Biblioteca Mi Novela” tenía sus 260 números divididos en: “Serie de romanticismo”, “Serie de pasión”, “Serie de abnegación”, “Serie Delly”, “Serie Pimpinela Escarlata” y “Obras completas de Emilio Zola”.
[14] Buenos Aires, Marcos Sastre, 1950. Se trata de episodios sanmartinianos teatralizados para niños.
[15] Buenos Aires, Difusión, 1943, 208 pp.
[16] Editorial Esquiú no era más que un disfraz de Editorial Difusión. Sus oficinas estaban situadas en Sarandí 1067, Buenos Aires, mientras que las de Difusión estaban en Sarandí 1065. Esquiú aparecía efectivamente como el editor de la colección “A la conquista del mundo”, mientras que Difusión era el encargado de la distribución “para toda América”, como rezaba en las contratapas. Quizá el motivo de ese artificial desdoblamiento (similar al que hemos observado en Tor) era el acceso a alguna reducción impositiva reservada a las pequeñas y medianas empresas, algo a lo que la editorial posiblemente no podía acceder si aparecía ante el fisco de forma unificada.
Editorial Difusión fue fundada en 1937 y se especializó en la publicación de libros y revistas de orientación católica; todavía existe. Una de sus principales colecciones fue “Narraciones recreativas”, donde aparecieron más de 110 títulos; estaba compuesta íntegramente por relatos de aventuras, especialmente de Salgari (15 títulos) y Verne (40 títulos). Otras, marginales, fueron las colecciones “Sed hombres”, “Biblioteca del joven de carácter” (orientadas a la moral y la autoayuda; un pintoresco título de la primera es Cartas de un cura canoso a un muchacho enamorado, de Agustín B. Elizalde) y “Popular” (con novelas de cuño criollista).
[17] Apareció un total de siete títulos de ciencia ficción: Perdidos en el espacio (nº 4), Robinson del espacio (nº 10), Ladrones de cerebros (nº 12), El día que se apagó el sol (nº 14), Espías en Saturno (nº 17), Superbus ataca (nº 20) y Coraza radioactiva (nº 23). Esta colección de historietas no debe ser confundida con otra homónima, de la misma editorial, que consistía en crónicas de misioneros, adecuadamente novelizadas, y de la que aparecieron al menos 40 volúmenes. Entre sus títulos podemos citar La fiesta del corpus de los indios chiquitos y Los mártires de Uganga, del padre J. Spillmann, El hijo de un mandarín y otras narraciones misionales, de M. de Maryknoll, y El ángel de los esclavos, de A. Schupp.
[18] Nº 2, 9 de mayo de 1966, sin indicación de dibujante.
[19] Nº 3, 16 de mayo de 1966, dibujado por A. Carovini.
[20] Buenos Aires, Laboratorios Dupont & Cía., 1949.
[21] Entrevista de Carlos Abraham, realizada en Buenos Aires el 27 de junio de 2007. Leonor Bellani fue la segunda hija de nuestro autor.
[22] Quizá inspirado en Martin Dexter, uno de los pseudónimos de Frederick Faust.
[23] En: VV.AA.; Forjadores de América. Lima, La Inmediata, 1949.
[24] Buenos Aires, s/e, 1940.
[25] Buenos Aires, Imprenta López, 1968.
[26] Nº 72, 3 de junio de 1954. Firmada como Ralph Bell.
[27] Firmada, ya fuera por un lapsus editorial o un breve retorno a la escritura, por Alfonso Quintana.
[28] Por ejemplo, en el número 332 la novela que acompaña a Tarzán en Etiopía es El misterio del hijo del rajah. La omisión del nombre del “traductor” probablemente se debió a que los textos de la “Biblioteca Sexton Blake” omitían toda mención autorial, a diferencia de la “Colección Misterio”.
[29] “Balaoo. Reverso de Tarzán, el famoso mono-hombre. Fascinadora”. En la contratapa de El misterio nº 1 (“Colección Misterio”, nº 470).
[30] Otra novela póstuma apareció en una fecha tan tardía como 1995. Se trata de Tarzan: the lost adventure. Inconclusa, fue completada por Joe R. Lansdale y publicada por Dark Horse.
[31] Buenos Aires, Editorial Zulú, 1955.
[32] Buenos Aires, Editorial Acanto, 1956.
[33] Pp. 166-167.
El presente artículo corresponde a un capítulo de un libro en prensa. Prohibida toda reproducción sin autorización del autor. Copyright 2007 por Carlos Abraham.
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