Julio Verne y la búsqueda de lo imposible

Julio Verne

LA BUSQUEDA DE LO IMPOSIBLE

por Dixon Moya

Este ensayo es, mas que nada, la invitación para embarcarse en un viaje a través del río Orinoco, en compañía del señor Julio Verne, hasta cierto punto descubridor o mejor sería decir inventor del mismo. Girando alrededor de la novela "El Soberbio Orinoco", que el gran escritor francés escribiera a fines del siglo XIX, La búsqueda de lo imposible es un viaje iniciático al corazón de latinoamérica.

PRETEXTOS PARA UN VIAJE (A MANERA DE INTRODUCCION)

Las presentes líneas más que una introducción, pueden considerarse un pretexto en amplio sentido. Bien como pre-texto, es decir el antecedente necesario para orientar al accidental lector o bien como la disculpa obligada para el desahogo y la justificación del autor. Este escrito fue realizado a partir de una convocatoria hecha por el periódico venezolano "El Correo del Caroní" a finales de 1997, a propósito del centenario en 1998 de la novela de Julio Verne, "El Soberbio Orinoco" que tiene como escenario la región suroriente de Venezuela. El anuncio del concurso apareció como si fuera un clasificado, pregonando un premio a cambio de reflexión y creación. Sin embargo, aparte de las usuales motivaciones de un concurso, con dinero y reconocimiento de por medio, el tema me forzó a vencer mi naturaleza diletante para tratar de terminar algo iniciado.

El segundo punto de las bases de la convocatoria rezaba: "El concurso versará sobre la significación de ‘El Soberbio Orinoco’ en la novelística de Verne". Leer en una misma expresión dos nombres cercanos y conocidos, pero que mantenía alejados en un cuarto oscuro de la memoria, me obligó a retroceder a la época mítica de la infancia, cuando la palabra esperada y mágica era "vacaciones", oportunidad única para refugiarme en la lectura de un libro que por circunstancias ya olvidadas nunca pude terminar, sólo hasta ese momento.

Por ello, porque este concurso me deparó una gran satisfacción, al darme el "pretexto" ideal para huir de aquellos textos circunspectos y crípticos, que parodiando ciertas revistas, son exclusivos "para adultos", y por fin resolver un misterio pendiente de la niñez, deseo que usted, amable y paciente lector, acepte la invitación para embarcarse en un viaje a través del río Orinoco, en compañía del señor Julio Verne, hasta cierto punto descubridor o mejor sería decir inventor del mismo.

UNA HUELLA EN EL AGUA.

Pensar en Julio Verne es realizar un doble esfuerzo mental, intentar ubicarlo en uno de los dos extremos del tiempo, recordarlo en el pasado o proyectarlo en el futuro. Pareciera ser un individuo que ha trascendido lo concreto para perderse en cualquier lugar de las extensos dominios del dios Cronos. Un autor afirmó que Verne "era el sexto continente", pero difícilmente alguien provisto de mapas, brújulas y otros artefactos pueda localizarlo en un sitio exacto. Se trata de un viajero del tiempo, que regresa de vez en cuando a nuestro cercano pasado, para contarnos la historia del futuro y de lugares fabulosos y extraños, así vivamos en ellos. Un hombre con un solo rostro, el de la fotografía tradicional que se refleja como espejo en la contraportada de innumerables libros, archivados en la sección de aventuras juveniles de la biblioteca.

Todos lo hemos conocido, incluso los pequeños hombres pertenecientes a esta generación que no sabe ni quiere aprender a leer, embebidos en las imágenes coloridas y sonoras de los tableros mágicos que reemplazaron al viejo de madera de fondo verde o negro salpicado por las huellas blancas de la tiza. Los hijos de lo audiovisual que ingresan con paso rápido a la era cibernética donde la realidad es relativa, virtual y las ideas de la cueva de Platón rompen las cadenas para aparecer como genios modernos, conocen a Verne, porque saben que él ha sido su creador, de allí el interrogante sobre la certeza de la biografía que nos han enseñado.

Dudo que ese hombre haya nacido en Nantes en 1828 y más aún que muriera a los setenta y siete años, creo que estos datos como los demás que explican su existencia son el argumento de la última de sus ochenta y tantas novelas. Verne en presente, es un hombre apasionado por los viajes a través de los senderos escondidos del mundo, no por los construidos por el hombre, sino por los edificados con sustancias livianas por la naturaleza. No le gusta lo sólido, es amigo de los fluidos, de los gases, de los aires calientes que elevan globos, pero ante todo del agua. Este hombre, santo patrón de los turistas y las agencias de viaje es un marino de vocación, su elemento es el mar, Incluso extensos mares de agua dulce como el Amazonas o el Orinoco, no teme naufragar porque sabe que encontrará una isla y no teme zozobrar porque siempre un molusco de metal llamado Nautilus lo rescatará de las profundidades. Por ello, si alguien quiere encontrarlo no debe buscar su rastro en la tierra, debe buscar su huella en el agua.

EL ANCLA LEVANTADA

Si usted, visitante ocasional y huésped de esta página desea encontrar al citado ciudadano intemporal del mundo, debe trazar límites y fronteras, puede escoger un año cualquiera. Para mayor precisión atrase su reloj un poco más de cien años atrás, ubíquese en 1898, quizás alguien le diga que no es buena época para vacacionar, el acorazado norteamericano Maine, explotó misteriosamente en la bahía de La Habana y Estados Unidos le ha declarado la guerra a España, se especula que se trató de una estrategia para apoderarse de Cuba. Como puede ver, el colonialismo lejos de finalizar, se expande con nuevas potencias.

Alguien puede decirle que ha escuchado sobre el tal Verne, un viejo que cojea y habla un limitado español con marcado acento, se encontraría viajando de incógnito aquí en Venezuela. Usted, criollo nacido en Ciudad Bolívar, se sentirá emocionado porque el periódico anuncia que en el ferrocarril proveniente de Caracas (del cual, usted desconocía su existencia), vienen ilustres visitantes extranjeros, entre ellos un explorador de apellido Chaffanjon. Estas personas harán un recorrido por el Orinoco, en el barco "Simón Bolívar". Sin pensarlo, usted hace su reservación e inicia la travesía fluvial.

Partimos de Ciudad Bolívar, un lugar de calles estrechas y empedradas que bajan hacia el mismo punto, el malecón que contiene el río en su parte más angosta, rasgo distintivo que originó su primer nombre, donde se reunió el Congreso de Angostura bajo la tutela del posibilitador de sueños. Allí nació una Gran República (la Gran Colombia), bautizada con el nombre del marino cuya gloria fue arrebatada por la envidia e incomprensión, los mismos causantes de su disolución años más tarde, aplazando un proceso que tarde o temprano debe realizarse.

Usted y yo, constatamos el rumor escuchado. Entre los europeos que viajan con nosotros, se encuentra un anciano que guarda en su mirada un brillo extraño, mezcla de ternura y picardía infantil, aunque el gesto en general es callado, casi hosco. Es muy parecido a la imagen que alguna vez vimos en un libro, sobre el renombrado escritor francés Julio Verne, y efectivamente parece ser escritor por su actitud. Pasa las mañanas encerrado en su camarote, seguramente leyendo o escribiendo, pensamos. Luego de un frugal almuerzo, se dirige algo incómodo a la cubierta, donde se sienta con una pequeña libreta de notas, ocasionalmente toma apuntes, pero lo que realmente hace con cuidado y concentración es observar su alrededor, sobre todo la manera como el sol naranja apaga su luz sumergiéndose en el agua marrón.

Sin embargo, nos parece increíble que esto sea verdad, sabemos muy bien que Julio Verne prometió a su padre, sólo viajar con la imaginación, luego que aquel lo castigara por intentar fugarse del hogar en un barco. No podemos contener nuestro interés, y sin ocultar el nerviosismo y en un mal francés le preguntamos si se trata del señor Verne. Luego de escrutar nuestros rostros sólo responde con un apellido: Chaffanjon. No deseamos molestarlo y lo dejamos en cubierta viendo el crepúsculo desvanecerse. Además en estos momentos, la atención se concentra en la eterna discusión de tres caballeros venezolanos, geógrafos y científicos, sobre el nacimiento y curso del Río Orinoco. Atrás dejamos al hombre a quien no le interesa la polémica, porque para él está resuelta, el Orinoco nace y muere en territorio venezolano, aunque parte de su extenso caudal besa la frontera con Colombia y se nutre con importantes tributarios provenientes del país hermano, como el Meta y el Guaviare. Verne, quien es efectivamente el anciano y no desea revelar su identidad, sabe muy bien esto y mientras toma notas, sabe que este es el mejor vínculo para integrar social y económicamente a las repúblicas vecinas.

Nosotros, usted y yo, nativos de esta tierra, mestizos, mulatos o zambos, nos identificamos como iguales y diferentes frente a los forasteros de Europa, es un sentimiento mucho más confuso y contradictorio que cuando nos tropezamos con un indígena o con un negro. En este caso, es una sensación mezclada, nos reconocemos como europeos pero reclamamos nuestra diferencia americana. Es el momento cuando recordamos a Simón Bolívar, el dueño del nombre de la embarcación que nos soporta y lleva, cuando escribió una carta en Jamaica, dirigida a un Nuevo Mundo que aún no la ha leído a pesar de recibirla. Europeos? Sí y no. Occidentales? Sí, pero de un Occidente con raíces en el Oriente, que en el momento de su hallazgo fue presentado ante los demás como Cypango y Catay, países lejanos y exóticos.

Pero no es ocasión de hablar sobre nuestra percepción, sino la de estos hombres taciturnos, con un brillo especial en los ojos. No pueden ocultar la sorpresa y emoción de encontrar esta tierra caliente, verde y dorada que tan diversas y contradictorias sensaciones despertó en sus antecesores. Aunque todos traían un objetivo común: hallar la felicidad, esquiva condición humana que se expresa en múltiples formas, ideales e intereses, medios y fines. En la tarde, volvemos a acercarnos al venerable señor para salir de la duda, o posiblemente acrecentarla.

–Parece buscar algo, Señor Chaffanjon, podemos ayudarle? –chapuceo en mal francés. Es de noche y la brisa se lleva los calores del día y pareciera que aquel hombre de barba frondosa como jardín cuidado de setos podados, ha dejado en su camerino olvidado su atávico y grisáceo semblante. Se acerca apoyándose en la baranda, siempre mirando el horizonte responde quedo:
–Lo imposible...busco lo que no se me ha perdido y lo que quizás nunca encontraré. Busco el rastro de mi padre, los motivos de mi hijo, el amor de mi esposa, la locura de mi sobrino, los pasos perdidos de mi amigo Hetzel. Busco las preguntas que justifiquen las respuestas que he venido ofreciendo, vengo a buscar el origen de todo, el medio de transporte más apropiado para tomar la ruta de regreso al vientre de mi madre.

Aquel hombre parece eclipsar a los demás, de hecho ignoramos a los otros europeos que viajan en el mismo paquebote. A veces cruzan sigilosos y lentos, se trata de una extraña pareja, un hombre grave y pesado, un poco tosco en su carácter, acompañando y protegiendo a un muchacho frágil, silencioso y delicado, quien no pareciera capaz de soportar las inclemencias de la travesía. Pero los dos tienen el mismo brillo opaco en sus ojos, el mismo que hemos atestiguado en la mirada de Ms. Chaffanjon, una expresión que combina el deseo y la frustración. Hay un sentimiento de pérdida. Por ello se sienten extraños, con una sensación de extravío, de ellos mismos o de lo preciado y querido. Recordamos que otro europeo, asoció la idea del extrañamiento con la alienación, vinculándola en el espacio laboral, el escenario donde el hombre se realiza como ser creador. Nos referimos a un alemán, sentado en una biblioteca londinense. Mientras sus hijos mueren de pobreza, él escribe la historia del futuro, movido por el vapor que sale de las chimeneas de fábricas y mansiones, el mismo vapor que produce mercancías, máquinas, dinero y proletarios, Carlos Marx. Otro alemán, Max Weber, relacionaría después la ética del protestantismo y el espíritu del capitalismo, propiciando nuevos vínculos sociales, nuevos conflictos generados en buena parte por invenciones y máquinas elaboradas por los que siguieron el camino señalado por el francés melancólico quien ahora viaja en este barco hacia el origen del río, de la vida.

El nombre que más se repite a lo largo del territorio venezolano y con el cual se tropiezan los extranjeros a cada paso, en un recorrido como este, es el de Simón Bolívar. Esta expresión, para quienes vivimos aquí se convierte en algo tan familiar que creemos estar autorizados a usar y abusar de él, posiblemente los forasteros valoren más su significado, mucho más un admirador de los héroes históricos. Bolívar no sólo encarna los valores que hombres ficticios han transmitido en páginas noveladas, valentía y audacia. Aparte de ser un gran estratega militar y estadista, comparte una característica con Verne: fue un visionario. Pero a diferencia del escritor francés, Bolívar no sólo ideó o proyectó sus ideas a nivel teórico, las palabras que componen un texto como la ya mencionada "Carta de Jamaica" de 1815, serían suficientes para recordar al Libertador como el hombre que se anticipó a lo que sería el orden mundial del siglo XX, las organizaciones supranacionales. Lo sorprendente y notable es que durante un período de tiempo, terriblemente corto pero sublime, aquellas ideas escritas en el papel fueron realidad. Hacia el año 1826, había crecido la Gran Colombia, república que reunía en una sola nacionalidad a tres países tan iguales y tan diferentes como podían serlo los americanos y convocaba al Congreso Anfictiónico de Panamá, cuyos resultados traducidos en un tratado del cual nadie se acuerda, era la confirmación de una organización americana unida, integrada y protegida por la fuerza militar, algo así como fusionar en un solo cuerpo la OEA y la OTAN. No es extraño que el hombre de las ideas desee conocer al hombre de los hechos, o por lo menos las condiciones geográficas, tierra, clima y río, que lo hicieron germinar en este suelo.

Existen elementos adicionales comunes entre estos dos hombres. A ambos se les acusó de utópicos y soñadores, cuando en realidad se trataba de adelantados a su tiempo, individuos dotados de un sentido superior al de la mayoría, en consecuencia, incomprendidos por esta. Son personas que rescatan la acepción de la palabra utopía, no como lo irrealizable sino precisamente como aquello siempre posible. Hay que admitir que también coinciden en un estado de frustración al final de sus existencias, cada uno desde su misión en la vida, han luchado por ideales y metas, y a pesar de lograr éxitos y gloria personales, también encuentran cómo pequeñas y grandes mezquindades gobiernan el mundo. En el caso concreto de Verne, este percibe que los hombres han obtenido alas, pero en lugar de aprender a volar y apreciar la belleza del mundo, ambicionan garras para destruir a sus enemigos. De allí que se explique este viaje por el Orinoco, como un retorno a lo primitivo, al origen y no es coincidencia, Verne busca desesperadamente el Edén perdido y para ello viaja a la región más antigua de la Tierra, que al mismo tiempo se convierte en la más joven y en la última esperanza verde sobre la faz del planeta azul. Y mientras Julio Verne navega por el Orinoco, Simón Bolívar se desplaza hacia su última Itaca, por el río Magdalena, como lo cantó Gabriel García Márquez.

Otra noche salimos a cubierta, esperando un golpe de brisa en el rostro, pero todo está quieto, si existe el aire, lo cual dudamos, este llega cansado y caliente hasta nuestros cuerpos que sienten cómo las gotas recorren los costados desde las axilas, acumulándose en la espalda. Las damas agitan los abanicos, con movimientos bruscos, casi desesperados, olvidando la elegancia, mientras los caballeros tratan de espantar los diminutos insectos que se introducen en las prendas íntimas fastidiándolos. El venerable visitante francés, está en su habitación pero no duerme, pues hay luz, seguramente plasma sus impresiones en el diario de viaje que algún día reposará al lado de las memorias de sus otras extraordinarias travesías. Pero este, como ya intuimos es un viaje especial y diferente, no es el juvenil, osado y lleno de expectativas. No, se trata del viaje de la madurez, de la sorpresa medida, de la observación detallada, las minucias porque quizás sea la última de las grandes expediciones y debe ser relatada con esmero y capacidad de sorpresa.

Años después, algunos señalarán las omisiones y errores de este diario de viaje. En la introducción mencionamos que Verne puede ser considerado más el inventor que uno de los múltiples descubridores del gran río. Es cierto, por la sencilla razón de ser un creador de ficciones, es decir, un inventor de situaciones, personajes, sucesos o lugares inexistentes en la vida real. Las inconsistencias geográficas y exageraciones en algunas descripciones son ciertas, pero acaso es algo malo? O por lo menos contrario a la misión del escritor? No lo es, por el contrario, el creador así se base en un hecho, persona o sitio real, debe mantener abierta la puerta a la llamada "loca de la casa", la imaginación, puede concederse licencias y libertades mientras cumpla el contrato que invisiblemente ha firmado con su contraparte, el lector. Además si existe una característica intacta en toda la novelística de Verne, es su capacidad de invención.

Se afirma que es erróneo hablar de miles de quelonianos, semejantes a ríos paralelos, bajando con el curso del Orinoco, pero nosotros los hemos visto, llevaban sobre sus caparazones a otro par de aventureros franceses que disparaban sin cesar para no ser arrollados por la embestida. Imagino que para quienes en el futuro, han dejado de maravillarse con la presencia de estos animales, por sustracción de materia, sea descabellado imaginar si quiera, una gigantesca tortuga de río, hecho que comprueba el temor de Verne, al señalar el peligro de extinción que corría dicha especie, por la acción desmedida de los hombres.

REGRESO TRAS EL CREPUSCULO.

El viaje que habría durado normalmente varios meses, sólo ha parecido una jornada placentera, tranquila, reposada de un hombre en el ocaso de su vida, iniciada un día cualquiera, al despertar en la mañana con el balance de su vida sobre el escritorio, encarnado en forma de libros simulando ser cofres con misterios, baúles con mapas de tesoros, o féretros desocupados. Libros cerrados que al abrirse dejan escapar cientos de barquitos de papel, endebles naves que aspiran a remontar los mares salados y dulces. En este carnaval de origami salen volando figuras extrañas, alguna llegará hasta la luna, otra caerá por la boca de un volcán apagado hasta reposar en el mismo centro de la Tierra y por último alguna se convertirá en la alfombra mágica que transporte a su creador hacia el Nuevo Mundo.

Hemos descendido en San Fernando de Atabapo y mientras el "Simón Bolívar" comienza a surcar los territorios colombianos por el río Meta, sus ocupantes tomamos direcciones opuestas. Decidimos regresar, pues ya nos hemos ausentado lo suficiente en distancia y tiempo. Además, a pesar de nuestra insistencia, el viejo explorador nunca admitió su identidad, pero nos ha dejado una pista al afirmar que esta tierra tiene aroma de loto en el aire, "nos hace perder la memoria a quienes lo aspiramos, y asumimos como actores en el teatro de la vida, diferentes roles, máscaras, nombres".

El respetable anciano en compañía de sus compatriotas, arrienda embarcaciones ligeras con tripulación y provisiones para afrontar el reto de llegar hasta el nacimiento del río en medio de la región amazónica. Esperamos que encuentren los motivos de su búsqueda, las personas queridas extraviadas, los objetos perdidos de la infancia, las razones para seguir viviendo.

Nuestra embarcación se ha transformado en una estructura metálica, con motor fuera de borda y empezamos a ganarle terreno al tiempo recorrido. Las olas fluviales nos traen una multitud de noticias que salpican nuestros oídos: Un aventurero renuncia a su propósito de realizar un viaje en globo alrededor del mundo, Lisboa se prepara a recibir al mundo para que éste se vea reflejado en el espejo de la última feria universal, en donde el telón se abre dejando al descubierto el auditorio Julio Verne. Mientras tanto un incendio forestal del tamaño de una isla, avanza sobre el Roraima brasilero, no muy lejos del venezolano, buscando las hojas de una novela escrita sobre la corteza de los árboles, en la coraza legendaria y eterna de las tortugas, en la espalda cobriza de los indígenas. Llegamos a una tierra, donde los adultos en coro acusan a un niño de ser el culpable de todas las calamidades humanas, a un niño huérfano que en su rebeldía viaja atravesando el Océano Pacífico, irrigándolo con el calor de la ira y del dolor, pero los adultos olvidan su contribución a las calinas que se levantan como humaredas de chimeneas inexistentes, tejiendo una cortina que oculta los atardeceres que los enamorados solían ver desde el paseo Orinoco.

Hemos hecho el viaje inverso, mientras regresamos al universo que Verne contribuyó a inventar con sus maravillas tecnológicas, sus naves raudas, él decide internarse en la vorágine de la selva, rehuyendo a la civilización, imitando a los primeros europeos que se aventuraron a cruzar el mar en busca de América, desde Erik el Rojo, semidios de la mitología nórdica, pasando por los navegantes del Mediterráneo, que buscaban encontrar un mar con un azul más inquietante, menos indolente, más sudoroso, el del Caribe. Es uno más de los miles de migrantes, pobres y desolados seres, obligados a cortar las raíces que los unían a otras tierras para buscar la olla de oro al final del arco iris.

Verne escapa en dirección al nacimiento del Orinoco, disfrazado de explorador busca a su padre, el abogado Pierre que arrepentido de obligar a su hijo mayor a seguir sus pasos, decidió exculpar sus remordimientos fingiendo ser un misionero español; también desea hallar a su hijo, al que le perdió la huella por encontrarse muy ocupado escribiendo cientos de líneas en la buhardilla de su casa. Pero ante todo desea encontrarse a sí mismo, a un hombre realmente convencido de lo que ha predicado, quizás sólo encuentre la duda, la convicción de la incertidumbre, el interrogante esperando al final de la línea evolutiva del hombre, la misma que Darwin trazó con los diversos individuos que han poblado este mundo, desde nuestros abuelos y padres hasta nosotros mismos, condensados en el homo ignotus, ser que avanza lentamente como un Atlas sin fuerza, presa de miedos y complejos, como el de Eróstrato, incendiando bosques para alcanzar la celebridad del dinero y el poder.

El señor Verne hizo bien en decidir volver al nacimiento del mundo, posiblemente escuchó el emocionado tono de Colón, cuando afirmó que ese río provenía desde el mismo paraíso. No se equivocó, el edén es según nuestra creencia lo primero. Hoy algún científico saca el instrumento, híbrido entre reloj y regla, con el cual mide el tiempo y la edad de las cosas y afirma que el Macizo Guayanés es la formación geológica más vieja del mundo. Una lágrima eterna que conjuga todas nuestras tristezas se desprende del Auyantepuy, refugio del diablo, donde posiblemente el bajísimo aguardaba con su lamento de arrojado a la madre naturaleza para arrastrarla en su dolor y deseo de venganza. Satanás, otro exiliado, rebelde autojustificado que esconde su ambición en un manto de palabras, retórico sin igual que denuncia la monarquía celestial, como un reino injusto, mientras él mismo esconde como revolucionario jacobino la guillotina del terror. Si bien el paraíso dejó de serlo para convertirse en un extenso valle de lágrimas y sudores, la belleza natural del entorno quedó intacta, el arco iris, cuyo final era tan afanosamente buscado por los europeos, ha derramado todos sus colores sobre las diversas formaciones de este pedazo de mundo. Un museo viviente, que se encuentra amenazado por los pirómanos, quienes ascienden desde los predios del Pandemónium para reforestar con árboles de fuego la extensa Sabana.

Don Julio, como podemos llamarle en confianza, quizás busque el otro tesoro que los conquistadores pretendían encontrar en estas tierras. No sólo era El Dorado, con su promesa de oro líquido para bañar los cuerpos, sino la fuente de la eterna juventud, un río que le hiciera recuperar a quien bebiera de su ser, la infancia perdida, esa parte de la vida con sueños sin precio, sin dinero en los bolsillos pero con un capital infinito en sorpresas. Un río con el poder de volver a la infancia del hombre y del mundo, a un sitio en el cual pueda refugiarse de lo necesario y aceptado, con la capacidad de lo imposible, de lo utópico, un río que al espectador le haga exclamar: !Soberbio!

Dixon Moya.

Ciudad Guayana, Venezuela, enero de 1998.

Bogotá, Colombia, noviembre de 2001.

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