El libro de la tribu de Carlos Gardini

La reformulación de un mito
Algunas reflexiones en torno a El libro de la tribu de Carlos Gardini

por Simón Del

Este artículo acerca algunas reflexiones en torno a El libro de la tribu del escritor argentino Carlos Gardini.
Este es un libro que no solo recrea uno de los mitos primordiales de la humanidad -el mito del vampiro- sino que además le agrega una nueva significación.
Gardini logra redimensionar un símbolo, torcerlo y manipularlo hasta lograr ampliar su sentido, actualizar sus conceptos y trazar un nuevo recorrido en su hoja de ruta...

La reformulación de un mito

Los mitos están consustanciados con el alma del hombre. Nunca podrán desprenderse de la humanidad, porque hablan de realidades perdidas que el hombre añora. Hablan un idioma lejano que resuena en cada ser humano: el idioma de los símbolos.

Embarcarse en la dura tarea de recrear un mito, de rescribir una historia que ya es sangre, implica no solo vigor, imaginación y talento, sino además valentía y coraje.

Esta es la azarosa labor a la que se ha dedicado un grande de la literatura fantástica argentina: Carlos Gardini. El resultado es un libro que no solo recrea uno de los mitos primordiales de la humanidad, sino que además le agrega una nueva significación. Redimensionar un símbolo, torcerlo y manipularlo hasta lograr ampliar su sentido, actualizar sus conceptos y trazar un nuevo recorrido en su hoja de ruta es quizás el mayor logro de El libro de la tribu, el nuevo artilugio con el que intenta maravillarnos Carlos Gardini.

Un mito conocido

Si existe un mito que ha eclipsado al hombre moderno, una historia que la sociedad contemporánea no se ha cansado de escuchar contada de una y mil maneras, es el mito del vampiro.

La genealogía del mito en occidente se origina en el norte de Europa, especialmente en la región de Rumania, Croacia y Rusia, lugares donde circulaban historias sobre muertos que se levantaban de sus tumbas para alimentarse con la sangre –y a veces con la carne- de los hombres y mujeres que en vida los habían acompañado. Basándose en estos relatos tradicionales algunos escritores de origen inglés en su mayoría dieron vida a un mito que, en realidad, posee raíces mucho más lejanas.

Emprender nuevamente con la historia de los bebedores de sangre es difícil: La larga carrera literaria de estos relatos se inicia con textos como The vampyre (1819) de John Polidori para continuar luego con Carmilla (1872) del talentoso Sheridan Le Fanu –tal vez la obra más lograda del género- hasta que los ojos de los románticos occidentales vieron erigirse la descomunal estructura de Drácula (1897) de Bram Stoker. Estos padres del relato de vampiros, encerrados en sus castillos góticos, nunca imaginaron que sus criaturas continuarían con vida engendrando nuevos demonios literarios: desde Poe hasta Anne Rice pasando por Richard Matheson y Stephen King, todo un universo de succionadores de sangre dispuestos a encarnar nuestros anhelos de vida eterna.

Con una historia tan transitada es difícil lograr algo nuevo. Sin embrago el talento de Gardini lo logró.

La historia

Resumir en unas pocas líneas una obra magistral como El libro de la tribu no solo es imposible, sino aberrante hasta el grado de la herejía. Para los que aún no lo hayan leído, diremos solamente que es la historia de un ladrón, Ariel, que vive en una extraña ciudad anclada en el tiempo, Alcandor. Luego de una serie de altercados, Ariel es convertido por orden del aristócrata Pausianas en un vampiro. Pretende utilizarlo para aterrorizar y sobornar a los Penitentes, la clase social más respetada de la ciudad sin tiempo. Pero sus planes se ven frustrados cuando Ariel se encuentra con Lamec e Ildarin, dos vampiros que le cuentan los orígenes de su raza, de la ciudad y le muestran el destino que inexorablemente debe cumplir y que está escrito en El libro de la tribu.

Sangre y letra

La exploración de Gardini va mucho más allá de la tradición rumanas: Gardini viaja hasta los orígenes del mito para descubrir el mundo del sufrimiento, del dolor, del martirio que solo puede ser sofocado con la sangre, esa vida que late en cada hombre, ese poder creador que puede generar una ciudad, una sociedad y sobre todo un sentido.

Alcandor es una ciudad de ritos huecos, donde los símbolos han perdido su significado: los Penitentes rezan por un motivo equivocado, los peregrinos invocan un poder que no existe, el ladrón busca una joya cuyo valor ignora. El universo que plantea Gardini es un universo de símbolos alterados. Será el objetivo del protagonista redescubrir el significado de cada significante. Ariel, Lamec e Ildarin intentarán recobrar el sentido, volver atrás en el tiempo, encontrar la explicación al misterio que se cierne sobre la ciudad. Y al encontrarlo descubrirán también que la verdad demanda un sacrificio supremo. El libro de la tribu es la historia de una raza que busca un destino que ha perdido.

Y si hablamos de significado estamos hablando también de la palabra. El libro de la tribu es un espejo de la relación entre el escritor y las palabras. Así como Ariel se adentra en las catacumbas de la ciudad en un audaz descenso a los infiernos, Gardini intenta hacernos descender al abismo de la letra para reflexionar sobre el valor de la palabra. Como sostiene el narrador de la historia: «las palabras son como surcos en el agua.» Han perdido su significado. Están huecas de sentido: «En Alcandor todas las palabras eran ecos de ecos.»

La labor del escritor es, entonces, encontrar nuevamente el valor de la letra y para eso Gardini desciende a lo primigenio y nos enfrenta con situaciones primordiales. Trae hasta nosotros la imagen del Nazareno, el verbo hecho carne, la palabra de vida. Y es entonces cuando Gardini da un paso más, al unir la sangre –la vida, el poder creador- con la palabra, el verbo. Ariel sostiene en un momento:

Escuché la voz de mi sangre, y mi sangre habló. Una vez más: En un día radiante de nuestra vida pronunciamos una palabra que designó una cosa o una persona y el mundo se iluminó para siempre.

Porque no es la palabra la que ha perdido su valor: es el hombre el que ha perdido el valor de la palabra. Para que Ariel sea convertido en vampiro deben lacerarle la carne y escribir en su piel un nombre: «Yo no lo sabía entonces, pero esa palabra se adueñaría de mí» acota el protagonista y relator de la historia.

Gardini es un generador de significados: resignifica un mito, el del vampiro, llevándolo más allá de sus connotaciones románticas para recordarnos el valor de la sangre, símbolo de la vida y de los poderes espirituales. Resignifica una ciudad, Alcandor, que ha perdido su sentido y que vive en el engaño despreciado a quienes le dieron la vida. Resignifica las palabras, dándole la cabalística capacidad de generar vida.

Como lo expresan los personajes en uno de los diálogos al referirse a El libro de la tribu:

-Son nada más que palabras –escupí.

-Y nada menos –dijo el Taumaturgo.

 

Borges y Gardini

Gardini no es el primero en plantearse estos temas: ya otro grande de la literatura argentina, Jorge Luis Borges [1], había sido atrapado por el influjo de las palabras. En su célebre poema narrativo El golem Borges trasportó algunas de sus inquietudes con respecto al poder de la palabra. Siguiendo las pautas establecidas por la cábala judía, el protagonista del poema, Judá León, da el soplo de vida a un muñeco –el golem- al mencionar el nombre de Dios. Borges describe lo describe así:

Sediento de saber lo que Dios sabe,

Judá León se dio a permutaciones

De letras y a complejas variaciones

Y al fin pronunció el Nombre que es la Clave.

De igual modo, Ildarin inicia la metamorfosis grabando en Ariel las letras de su nuevo nombre. Ariel reflexiona sobre la primera visión de su nuevo nombre, aunque como dice personaje: «...había caracteres que parecían letras, pero no logré leer.» Para Borges como para Gardini el saber de la letra está oculto pero latente esperando la exploración apasionada para surgir y volver a dominar.

Pero no es esta la única similitud entre El libro de la tribu y la obra de Borges. La idea de destino, que tan certeramente plasmó Borges en su cuento El sur, es una constante también en El libro de la tribu: Gardini coloca a Ariel frente a un destino que él cree no podrá cumplir, pero que finalmente se perpetra de manera inexorable y sorpresiva. El mismo autor pretende hacernos creer que Ariel no logrará su objetivo al utilizar un flash back en el que Ariel recuerda lo que le ha sucedido cautivo y a punto de ser ejecutado dentro del Lamia.

En otro de sus poemas, «Ajedrez», Borges plantea un dilema similar al hacernos vislumbrar la posibilidad que nuestra existencia no sea más que el designio de hábiles jugadores. Para ello utiliza una metáfora que lleva hasta el extremo: Los jugadores que disponen y sojuzgan las piezas en una partida de ajedrez.

En una de las estrofas se refiere a las piezas del siguiente modo:

No saben que la mano señalada

del jugador gobierna su destino,

no sabe que un rigor adamantino

sujeta su albedrío y su jornada.

Parafraseándolo podríamos decir que Ariel no sabe que la mano señalada de Lamec –que también es Ildarin y que es el propio Ariel- es la que gobierna su destino. Desde esta perspectiva la misión de Ariel es irrevocable: sean cuales sean sus actitudes, finalmente terminarán desembocando en el cumplimiento de un destino fijado por un ser superior. La cuota de panteísmo –por expresarlo de algún modo- que adiciona Gardini logra agregar un nuevo nivel de reflexión que sin lugar a dudas Borges hubiera aprobado.

Una novela en perspectiva

Dentro de la obra de Gardini El libro de la tribu debería figurar como el texto literariamente más logrado. El estilo de Gardini puede resultar barroco, incluso un tanto reiterativo, pero no es ingenuo: esas reiteraciones son fruto de una escritura depurada y novedosa. Gardini intenta llevarnos a la reflexión pero no elige el camino racional sino la riqueza estilística de los símbolos y la fantasía.

Sin los desbordes imaginativos de El libro de la tierra negra –con el cual sin lugar a dudas El libro de la tribu [2] está ideológicamente emparentado- la nueva obra de Gardini está sabiamente equilibrada.

Pero lo que diferencia a El libro de la tribu del resto de las obras de Gardini es sobre todo la riqueza ideológica que plantea, proponiendo un tema que preocupa a la literatura actual: el alcance y poder de la palabra.

El libro de la tribu está lejos de los devaneos fantásticos y oníricos de Primera línea, Juegos Malabares y Mi cerebro animal, obras que inician la carrera literaria de Gardini. A partir de El libro de la tierra negra podemos observar una maduración en la prosa y en la temática que deberían convertir a Gardini en uno de los pilares de la literatura fantástica en español. Sus excelentes cuentos sobre la guerra y la violencia dejan paso a relatos donde la reflexión intenta ser una iniciación. Porque Gardini ya no intenta solamente hacernos pensar, imaginar o sentir: ahora intenta hacernos explorar sus universos fantásticos en busca de un sentido.

Sin dudas la obra cumbre de Gardini hasta el momento ha sido El libro de la tierra negra, novela que merecería un extenso análisis. El libro de la tribu, en cambio, es una obra que nos demuestra la madurez de Gardini como escritor, los planteos a los que se enfrenta cuando comienza a escribir y comprende que las palabras han perdido un poder que deben recuperar. Es por eso que no asombra que Gardini recurra al camino de la fantasía: es allí donde él vislumbra la forma de contactar nuevamente a la palabra con su significado perdido. Es en el reino de la imaginación donde Gardini encuentra las verdades más profundas. Es por eso que Gardini cree, como muchos de nosotros, que la fantasía debe retornar.

El libro de la tribu fue editado en la colección Abismo de El Aleph.
Está disponible en formato digital y en papel.

 

__________________________

[1]

Carlos Gardini inició su carrera literaria ganando el premio del Círculo de Lectores en 1982 por su cuento «Primera línea.» Uno de los integrantes del jurado que lo designó como ganador era Jorge Luis Borges.

[2]

El libro de la tierra negra, El libro de la tribu y El libro de las voces, ganador del prestigioso premio UPC 2001 -que Gardini ya había ganado en 1996 por la nuvelle «Los ojos de un Dios en cero»- pertenecen a una ambiciosa trilogía que encara como tema principal la problemática de la palabra y de la escritura.
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