Sexton Blake versus Nahuelito
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Sexton Blake versus Nahuelito
Hace casi cien años la Patagonia Argentina estuvo en boca de todos. La noticia del vislumbramiento de un plesiosaurio vivo en un lago de Chubut despertó el interés de lectores de todo el mundo. Al tiempo la moda plesiosáurica impuso desde un baile hasta diversas obras de ficción, incluyendo una del célebre detective Sexton Blake.
por Pablo Sapere
El origen del monstruo
Se dice que todo empezó con una carta recibida por Clemente Onelli, director del Zoológico de Buenos Aires, que mencionaba la aparición cerca de Epuyén, Chubut, de una extraña criatura, “una especie desconocida de cisne, pero las curvas visibles en el agua me llevaron a decidir que su cuerpo se parecía más bien al de un cocodrilo”. La misiva la firmaba un tal Martín Sheffield, un yanqui afincado en la zona y que Onelli había conocido cuando viajaba con el Perito Francisco Moreno, un cuarto de siglo antes, en las míticas exploraciones patagónicas para estudiar los problemas limítrofes con Chile.
Todavía se discute porqué un prestigioso catedrático como Onelli, que había escrito desde tratados sobre zoología hasta otros de hagiografía, pasando sobre sus recorridos por los andes y sus vivencias en el zoológico, había decidido creer la versión tan improbable de que andaba paseando por ahí un animal que se suponía extinguido hacía unos sesenta y cinco millones de años.
Es cierto que el tipo había recorrido la zona, había entablado contacto con los lugareños –tanto colonos como habitantes originarios– y había escuchado sus leyendas. Una en particular pudo haberlo impresionado: la de El cuero vivo o trülke wekufe, un misterioso monstruo anfibio que tendría ecos plesiosáuricos.Como sea, Onelli se lanzó con bombos y platillos a armar una expedición al sur argentino, con científicos, tiradores, periodistas y taxidermistas, como para rastrear al bicho. Hay que ubicarse en el contexto: la palabra criptozoología aún no se había acuñado. Faltaban diez años para que el monstruo del lago Loch Ness hiciera su aparición estelar. La patagonia andina argentina era una zona poco explorada y de muy difícil acceso, incluso llegar a la hoy popular ciudad de Bariloche desde Neuquen –último puesto del ferrocarril del Sud– implicaba algunos cientos de kilómetros por muy dudosas y barrosas rutas.
La noticia pronto sacudió los medios locales y generó curiosas reacciones, como la carta del Doctor Albarracín de la Sociedad Argentina Protectora de los Animales solicitando a las autoridades que hagan cumplir la Ley 2786 que prohíbe los malos tratos a las bestias.
A los pocos días la noticia estaba en los diarios de todo el mundo. Hay que recorrer la prensa mundial para tomar noción de lo que pasó. Nunca la Patagonia había estado con tantos centímetros en los periódicos. La noticia del animal fabuloso, generalmente acompañada por delirantes grabados, repercutió desde Nueva York hasta Paris, desde Glasgow a Roma. Se seguía el día a día de la expedición. Se citaban a expertos. Y, claro, se sumaban datos delirantes como la afirmación de que la nueva danza “Plesiosaurian Glide of Patagonia” reemplazaría al popular shimmy. Es que sin dar mayores señales de vida, el bicho ya era moda. Al menos media docena de partituras se imprimieron con reminiscencias saurópsidas, lo que hizo ilusionar con crear el baile del momento a esos profesores de Filadelfia. Finalmente el asunto no cuajó, y así Argentina se perdió la oportunidad de estar en boga del dancing internacional. Locuras de los años ´20, que le dicen.
En ese contexto, no era de extrañar que aparecieran ficciones que incluyeran referencias al Plesiosauro. Una fue La tierra de todos, editada en el mismo 1922 por el español –en su etapa más “americana” – Vicente Blasco Ibáñez, que incluía una colorida explicación de la leyenda del animal: “Algunos juraban sinceramente haber visto de muy lejos al plesiosaurio hundiéndose en el muerto cristal de los lagos andinos ó pastando en la vegetación de sus riberas. Pero veían esto al anochecer, cuando la Cordillera extendía su inmensa sombra violeta sobre la llanura. Los incrédulos afirmaban que la tal visión surgía siempre cuando el observador regresaba de algún boliche lejanísimo llevando muchas copas en el cuerpo”.
En Los siete locos (1929), Roberto Arlt pone en palabras de El Astrólogo una afirmación repleta de errores y, a la vez, notablemente realista: “¿Disparates? ¿No se creyó en la existencia del plesiosaurio que descubrió un inglés borracho, el único habitante del Neuquen a quien la policía no deja usar revólver por su espantosa puntería?...”.
Una de las mejores historias escritas sobre el tema, que retoma la leyenda de El Cuero, fue escrita por Lobodón Garra (seudónimo de Liborio Justo) en el cuento El palo vivo (publicado en su libro La tierra maldita de 1932). Allí narra los intentos de dar con el temido monstruo, sin ahorrarse algún palito para el bueno de Onelli: "...recordarán que hubo un director del Jardín Zoológico de Buenos Aires que envió toda una expedición en busca del último plesiosaurio, para cazarlo y traerlo vivo con el objeto de exhibirlo en ese paseo público por la módica suma de 0.10 centavos."
En el ámbito internacional, se publicó el relato A la recherche du Plésiosaure (1924) del francés Guy de Téramond, creador de la serie “20.000 leguas a través del mundo”. Estos breves librillos fueron editados en español por la Editorial Guerri de Valencia, pero no logré comprobar si el ejemplar del plesiosaurio fue traducido.
El que seguro se leyó en español fue Sexton Blake in South America, del que hablaré a continuación.
Sexton Blake en Sud América
El pobre plesiosaurio no sabe
la que se le está preparando
Tinker, Sexton Blake en Sud América
Sexton Blake en Sud América fue originalmente publicado en la revista británica Union Jack nº 988. El timing es sorprendente para una época que las novedades literarias viajaban en barco: el 16 de septiembre de 1922 se edita en Londres, mientras que la versión en español aparece en la primera quincena de noviembre, en la revista Pucky nº 21, ni siquiera dos meses después. Las ilustraciones de tapa son muy similares, pero claramente la versión argentina fue redibujada.
Sexton Blake era un personaje nacido al calor de la popularidad de Sherlock Holmes, aunque más que recurrir a la deducción, su fuerte era la acción. Su primera aparición data de 1893 y fue una creación de Harry Blyth. A partir de ahí es difícil seguirle el rastro a sus creadores. Se estima que se publicaron unas 4000 historias pergeñadas por unos 200 autores. Muchas salieron sin firma, otras con unos seudónimos que todavía no se pudieron desentrañar. Un puñado de autores lograron saltar a la fama luego de su paso por el personaje, como Michael Moorcock o John Creasey.
Blake, como gustaba que lo llamaran, también vivía en la calle Baker Street y tenía dos fieles compañeros, el joven Tinker y el perro Pedro. Más adelante incorpora más compinches como el aventurero Sir Richard Losely y el “alegre negro” Lobangu.
En Argentina se hizo muy popular con las publicaciones de la editorial Tor, y su exitoso Sexton Blake Magazine, que se publicó durante décadas. Pero antes que eso, el personaje se hizo conocer a través de sus entregas en la revista Pucky de la Editorial Laínez.
SPOILERS ADELANTE
Sexton Blake en Sud América comienza con una necesaria advertencia del traductor sobre ciertas inexactitudes deslizadas por los autores ingleses en el texto original, que él “no ha querido corregir”.
Como sea, la historia empieza con un crimen en Londres y un misterioso pedido para investigar a un monstruo “de pelo rojo y escamas gruesas, una especie de mezcla de pájaro, aeroplano, lagarto, cocodrilo y tortuga”, y que "contesta al nombre de Plesiosaurio Rojo”. Coincidentemente, el bicho estaría en la misma zona que una banda de traficantes de droga que tendría su base, una enorme fabrica de cocaína, "en medio de los intrincados bosques patagónicos, en la región del río Chubut".
Blake y su séquito de amigos se embarcan hacía Sudamérica, en un delirante recorrido que toca los puertos de Montevideo y Buenos Aires, para seguir hasta Valparaíso para luego retroceder hasta Puerto Montt. Allí atraviesan Los Andes hasta ver las "fértiles mesetas de la Patagonia desierta". En el camino descubren una caverna con pinturas rupestres, "evidentemente, la escritura de alguna prehistórica raza de gigantes", y cientos de momias. También divisaron una tribu de pigmeos, “un montón de negritos y negritas que danzaban como los gnomos de los cuentos de hadas” y que, como obliga el viejo mandato europeo, sedujeron con “collares de cuentas de vidrio y otras baratijas”.
Luego de atravesar una zona pantanosa llena de matorrales espinosos, las famosas “plantas de coca”, divisaron las “vastas llanuras de la Patagonia”. Allí logran desbaratar la banda de traficantes y, de paso, liberar una bella doncella. Eso les deja las manos libres para lo que nos importa: la búsqueda del monstruo prehistórico.
Finalmente en “un extenso y espantoso pantano” de Chubut divisaron “un objeto largo, redondo al parecer, que apenas sobresalía de la superficie del agua”. De repente “un cuello largo, terminado en una cabeza de la forma de la de un lagarto surgió del agua y olfateó con desconfianza”. Con los reflectores encendidos, pudieron ver “el siniestro brillar de dos ojos redondos y verdes” y, sin saludar, le dieron la bienvenida al estilo inglés: “el silencio de la noche fue interrumpido por un ensordecedor estampido pues las dos escopetas para cazar elefantes habían sido disparadas simultáneamente contra el monstruo”. Al terminar de sacarle el cuero al animal de 90 metros de largo, Blake exclama con alegría “¡Lo vamos a regalar al museo de Historia Natural de Londres!”. Fin de la historia.
En fin. Los "errores" tienen que ver con la necesidad de darle cierto aire exótico a la región, privilegiando ciertas cuestiones sensacionalistas (las plantaciones de coca algunos miles de kilómetros más al sur de lo que el clima permite, los pigmeos, las momias) por sobre la más mínima investigación histórico-geográfica. Pero, seamos sinceros: poco importa esa falta de rigor. ¿Quién quiere ver a Sexton Blake haciendo una excursión al cerro Catedral o tomando el té con los colonos galeses que poblaron la región en el siglo XIX? ¡Lo que uno espera son bandas criminales, momias y pigmeos, por supuesto!
Otro tema es la cuestión políticamente incorrecta de acribillar al bicho, sin decir agua va, tal vez el último exponente de una raza de millones de años. Pero si vemos que la expedición de Onelli contaba tanto con un taxidermista como con un “notable tirador al blanco”, es claro que no tenían planes muy diferentes a los de Blake, por más que le pese al atribulado Dr. Albarracín.
Nota al margen: Aparentemente –y aunque él no lo recordara– no fue la primera vez que el señor Blake estuvo en la región. En Union Jack nº161 de 1906 se publicó el relato Sexton Blake in Patagonia. Lamentablemente no pude acceder al mismo, pero estimo que en esa ocasión no debe haber matado el plesiosaurio, ya que de lo contrario no lo hubiera encontrado vivo en 1922 ¿No?.
FIN DE LOS SPOILERS
El resultado de la expedición de Onelli
Como era de esperarse, la expedición fracasó rotundamente. Cuando llegaron a Epuyén el tal Sheffield no dio señales de vida. Y, a pesar de que lo buscaron afanosamente, el plesiosaurio tampoco. Se cuenta que recorrieron la lagunita a fondo y que hasta explotaron algunas cargas de dinamita. Y nada. El cronista de Caras y Caretas, el Doctor Augusto Vaccari, relata el regreso sin gloria en el tren a Buenos Aires “la muchachada empezó a golpear los vidrios y gritar `¡Plesiosaurios! ¡Plesiosaurios! ¿Dónde está el plesiosaurio?´ Luego una risotada homérica que nos dejó bastante mortificados”.
Para el carnaval de 1924 (o el de 1923, según algunas fuentes) el pionero barilochense Primo Capraro construyó una fabulosa carroza con forma de plesiosaurio, que paseó alegremente por el incipiente pueblito. Las fotos del festejo (ver aparte) hasta el momento son el único documento fotográfico que prueba fehacientemente la presencia de fauna prehistórica en la región. Tal vez por eso la leyenda del Plesiosaurio de Epuyén se mudó unos 150 kilómetros al norte, al lago Nahuel Huapi. Se dice que es el mismo bicho, pero que ahora respondería al nombre de Nahuelito.
I want to believe
Eduardo Catalán, un poblador de la zona que aseguró conocer a Sheffield, comentó en una entrevista de 1980 que el viejo yanqui inventó el cuento “porque andaba pobre”. El asunto es que “en la costa de un laguito al norte del Chubut hizo unos dibujos, unas cosas raras que, dijo, era el rastro del plesiosaurio ”. Después pidió que le mandaran “un poco de plata para mantenerse él y cuidar ese bicharraco. Le mandaron no sé si trescientos pesos, no sé cuánto. Sheffield agarró esa plata, se la chupó y se mandó a mudar”. La versión explica la ausencia del pícaro buscador de oro al momento de la llegada de la expedición. También coincide con la vieja versión de El Astrólogo de Arlt.
El verso de Sheffield es tan transparente que no se entiende porqué un tipo reputado y prestigioso como Onelli decidió darle crédito. Al respecto hay dos hipótesis. La primera, la sugiere Alberto Mario Perrone en esa interesante cruza de ficción e investigación que es La jirafa de Clemente Onelli, es que el director del zoológico era un poco crédulo y permanente objeto de burlas por parte del Perito Moreno. El tal Sheffield –que había sido guía de ambos a fines del siglo XIX– presenció el momento en que Moreno le contaba el verso de un plesiosaurio en la zona. “Cuando aquel hombre se vio necesitado de dinero, debió recurrir al cuento del plesiosaurio por haber sido testigo presencial de semejante conversación”. No sé, viendo el ex libris de Onelli, el sello personal con el que identificaba sus libros, con ese simpático plesiosaurio fundiéndose con su nombre, nos da cierta imagen de un believer de la criptozoología.
La otra hipótesis tiene que ver con que la fe de Onelli no estaba tanto en encontrar el animal prodigioso, si no en la mágica región de la Patagonia. En una carta privada que envió confiesa “puede ser que me haya sido forzoso (...) recurrir al extremo que supone la historia del plesiosaurio, sin cuya quimera no tendríamos expediciones ni nada. En cambio ahora irán miembros de la prensa del país y del extranjero, acompañando a la expedicionarios, y se difundirán las noticias de la Patagonia y sus maravillas, para tratar de que se forme hacia ella una fuerte corriente de turismo, de guapos hombres y capitales”.
Hay que reconocer el zoólogo tuvo razón. No solo se habló de la Patagonia en todo el mundo, si no que el 8 de abril –apenas una semana después de la llegada de la expedición a Bariloche– el presidente Yrigoyen decretó la creación del Parque Nacional del Sud (ahora Parque Nacional Nahuel Huapi), protegiendo 780.000 hectáreas, resguardando la flora y la fauna y, literalmente y para alegría del Doctor Albarracín, prohibiendo “la matanza de animales silvestres”. ¿Tendríamos un Parque Nacional así –el primero creado en sudamérica– sin el plesiosaurio?
Y, claro, también gracias a la fe de Onelli, es que disfrutamos de ese grupo de salvajes británicos comandados por Sexton Blake, que llegaron a nuestro país para repartirle baratijas a los pigmeos y llevarse la piel del triste plesiosaurio al Museo de Londres.
Fuentes:
- Blakiana, el mejor sitio del universo sobre Sexton Blake http://www.mark-hodder.com/Blakiana/
- Archive.org www.archive.org
- Trapalanda, biblioteca digital http://trapalanda.bn.gov.ar
- Monstruos de la Patagonia, uno de los sitios mejor documentados sobre los mostros del sur http://patagoniamonstruos.blogspot.com.ar/
El monstruo turístico, nota en Pagina/12 por el maestro Pablo Capanna http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/futuro/13-2187-2009-08-02.html
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